Hace un rato que no veo más allá.
La
primera vez que entré todo era emocionante. Encontré un ambiente limpio de humo,
impensable años atrás. Imaginé la niebla cubriendo gran parte de la sala
impregnando con su desagradable olor la ropa de cualquiera que tuviera a bien
entrar. Por suerte, hacía tiempo que fumar en locales de pública concurrencia estaba
castigado por la ley.
Interminables
hileras de máquinas poblaban gran parte de la sala principal. Luces de colores
y, sobre todo, una música pegadiza que se metía en mi cabeza martilleando sin
descanso mi resistencia, trataban de atraerme hacia la zona más concurrida.
Delante de casi todas podías encontrar a gente con la mirada perdida y vasos
repletos de monedas que introducían de forma automática antes de pulsar el
botón con la esperanza de llenar unos bolsillos cada vez más vacíos. De vez en
cuando, se escuchaba una sirena y el sonido del metal que algún afortunado
conseguía sacar de las entrañas de la máquina.
En
la mesa de dados, una rubia despampanante besaba los cubos de marfil antes de que el
jugador enrachado los tirase. Los gritos de alegría confirmaron que el lanzador
seguía con la suerte de su lado haciendo que fueran cada vez más los que
apostaban a su favor. Esa euforia contrastaba con el silencio que se vivía en
las mesas de cartas: la tensión se palpaba en el tapete y las caras de
concentración de los que lo rodeaban denotaban que había en juego cantidades
importantes de dinero. Esto no era solo azar, cálculo de probabilidades y
psicología entraban en juego para saber las opciones de ganar e intentar leer
en el semblante del resto de jugadores si tenían una buena mano.
El
cálculo nunca se me dio bien y como había ido a divertirme y no a pensar, me
pedí un whisky de malta y me detuve junto a una ruleta para ver su
funcionamiento.
Parecía
bastante simple. Elegías un número, colocabas las fichas encima y esperabas a
que cuando la rueda dejase de girar la bolita se detuviera sobre el dígito
elegido para multiplicar la apuesta por treinta y seis. También podías elegir
entre grupos de números, par o impar, rojo o negro y unas cuantas opciones más
a las que no presté atención. Cogí una de mis fichas y la puse sobre el trece
negro. El crupier hizo girar la ruleta en un sentido y la bola en sentido
contrario. A medida que ambas perdían velocidad, la bola rebotó de un lado a
otro hasta detenerse en mi número. Sentí un subidón de adrenalina al verlo que
se multiplicó al notar unos pechos apretándose contra mi espalda mientras ese
dulce perfume lo llenaba todo.
-
Parece que esta es tu noche de suerte –me susurró al
oído.
Ya no hay cosquilleo. Hace tiempo que
cambié el whisky de doce años por una copa del veneno más barato que se puede
encontrar al otro lado de la barra de este maldito casino. Las chicas
explosivas que se pegaban a mí en las épocas en las que la suerte estaba de mi
lado, han cambiado de brazo dejando que tan solo una enorme dosis de desesperación
me abrace. El sudor empapa la fina tela de mi camisa pegándola a un cuerpo que
se tensa en exceso. El adelanto que ayer me dieron en el trabajo descansa junto
al dinero destinado a la hipoteca de este mes sobre el trece negro.
-¡No
va más!
A afición al juego como una forma de adición... imagino que debe ser difícil, muy difícil quitársela de encima!
ResponderEliminarPues por suerte no lo se, pero no parece sencillo. Las adicciones en general son un serio problema.
EliminarUn saludo
Hola David muy interesante el relato, esa visión del triunfador al que le cambia la suerte, el azar es muy caprichoso y la adicción al juego es terrible.
ResponderEliminarUn abrazo de vuelta
La srta. Casamitjana vuelve a las redes!!! Espero que hayas disfrutado las vacaciones.
EliminarMe alegro de volver a leerte por aquí.
El juego termina quitando más de lo que da. Al final, siempre gana la banca. Estupendo relato, David. Un abrazo!
ResponderEliminarCierto, la banca siempre termina por ganar.
EliminarUn abrazo tocayo!
Todas las adicciones terminan restando a la vida, y lo que puede empezar siendo motivador y emocionante acaba por arrebatarlo y quedarse con todo.
ResponderEliminarMuy buen relato, David.
Un beso.
Tenemos que encontrar el punto justo para cada cosa pero dependiendo de la persona y la situación, puede resultar muyyyyyyy complicado.
EliminarGracias Irene!
Un beso
La ludopatía es como cualquier otra adicción y puede acabar arrasando con todo, sobre todo con la felicidad.
ResponderEliminarEl juego es como cualquier otra droga, más vale no empezar a tontear con él/ella porque engancha y las consecuencias son imprevisibles.
Lo has descrito a la perfección.
Un abrazo.
Tenemos que conocernos a nosotros mismos para evitar posibles tentaciones. Complicado.
EliminarUn abrazo.
El azar es muy cabrón, pero quien juega con él sabe a lo que se atiene. Buena lectura. Gracias.
ResponderEliminarCierto, hay cosas que tienen sus riesgos.
EliminarGracias a ti por la visita!!