Siempre me ha gustado sentarme en los bares y observar, sobre todo si estoy fuera de mi ciudad. Puede parecer que soy un cotilla (tal vez lo sea) pero es inevitable imaginarme historias al ver a la gente o escuchar parte de sus conversaciones.
Edurne está cansada. Aparca el carrito junto a una mesa cercana y se sienta mientras Kepa ocupa otra de las sillas. No tarda en llegar una pareja que parece que también crecerá en breve. Se saludan emocionados y Kepa saca al niño del carro, orgulloso, para presentarles a su primogénito.
El niño es guapo, se parece a su madre, aunque el padre no para de repetir que es clavadito a él cuando era pequeñito. Una tercera pareja que también parece esperar descendencia (parece que el grupo se ha puesto de acuerdo) hace subir el tono de la conversación entre risas y felicitaciones. Julen rompe a llorar y Edurne lo sujeta en brazos para intentar que se calme. Aprieta el pequeño cuerpo contra el suyo y al ver que los pequeños ojos de Julen me observan por encima del hombro de su madre le saco la lengua. Se ríe y Edurne se gira sorprendida. Sonríe. Es una sonrisa transparente, que refleja a partes iguales alegría y gratitud, consciente de que yo era el culpable de esa carcajada infantil.
Kepa pide la tercera cerveza en el momento en que los lloros vuelven. Tras un breve y tenso diálogo, meten al niño en el cochecito y mientras los otros dos chicos entran en el bar, él se lo lleva para intentar dormirlo. Se aleja acelerando el paso, impaciente, con la mirada fija en el pequeño.
-No puedo más. –La conversación, a pesar de discurrir en voz baja, llegaba nítida a mis oídos- Cada día se desentiende más. No tiene nada que ver con el Kepa que conocí… ¡y eso que Julen es un amor! Pero no tiene paciencia y siempre soy yo la que tiene que darle de comer, la que lo duerme, la que se levanta si llora, y no me quedan fuerzas. Ya no hablo de tiempo. ¿Cuánto hacía que no nos veíamos? Y ni os digo cuando fue la última vez que pude ir al gimnasio. ¡Ni dos horas a la semana para hacer una puta clase de pilates tengo libres! Porque los horarios le coinciden al señorito con los entrenos de los chavales y al parecer no “dejar colgado” al equipo es más importante que la salud mental de su mujer. Como si Jon, el chico que le ayuda, no pudiese hacerse cargo de ellos un día a la semana. Es cierto que en cuanto Julen me sonríe me olvido de todo, pero no puedo más. Os juro que de haber sabido que…
La llegada de Kepa les interrumpe. El niño sigue llorando. Edurne lo sujeta entre sus brazos y se va a un banco cercano. Lo mece con ternura mientras le canta suavemente al oído. El padre no para de justificarse con las chicas: que es raro, que suele dormirse en seguida, que no les da nada de guerra… Pero Julen se tranquiliza con los susurros de su madre, que suspira tras volver a dejarlo en el carro ya dormido. Kepa besa a Edurne en la frente y le dice que está dentro del bar, que el partido ya debe haber comenzado.
Edurne vuelve a suspirar.