Tuve
que excusarme y salir de la habitación en el mismo momento en que le reconocí
en aquella fotografía. Despeinado, con barba de cuatro días y esa mirada
intensa que había conseguido conquistarme. Sin duda, era él.
Lo
había conocido hacía más de medio año. La primera vez que lo vi íbamos trotando
en la playa de Riazor y mis ojos se tropezaron con los suyos antes de seguir mi
ruta, deseando cumplir con ese refrán que tan bien describe al ser humano. Y lo
cumplí pocas horas después, con un vino en la mano y una ración de zamburiñas
apoyadas en un barril, en la puerta de uno de los bares del casco antiguo. Volví
a tropezar con él.
- ¿Has hecho muchos kilómetros?-
su voz trataba de sonar alegre, pero denotaba cansancio- Llevabas un buen
ritmo...
- ¡Que va! Unos 8 en algo
menos de una hora. A más de 6 minutos, pero con el día que llevo tenía que
salir o me ahogaba en el hotel.
No
solía hablar con desconocidos, pero estaba fuera de mi zona de confort, así
que, ¿por qué no conversar un rato con alguien interesante? Cuando me preguntó
qué hacía en A Coruña le contesté la verdad: “trabajo, pero prefiero no hablar
de ello.” No puso muchos reparos en eso.
- ¿Te parece bien si
compartimos barril? Sin hablar de trabajo, ni del tuyo ni del mío. Yo soy
gallego, pero también estoy fuera de lugar y necesito una copa de vino y una
conversación interesante.
-Con el barril y la copa de
vino te puedo ayudar. Lo de la conversación interesante ya es otra cosa. Eso no
te lo garantizo…
Y
comenzamos a hablar. La primera copa de vino nos llevó a la segunda, la
segunda, entre risas, a la tercera. La tercera a una cuarta antes de salir de
allí y caminar con destino a mi hotel "que mañana el avión sale temprano y
nos estamos liando más de la cuenta". Y nos liamos más de la cuenta.
Cinco
horas después, y sin haber pegado ojo, nos estábamos duchando juntos utilizando
nuestros cuerpos como esponjas. Intercambiamos los teléfonos antes de que me
subiera al taxi. Yo tendría que volver a Galicia, él también viajaba a Madrid
y, aunque nos habíamos dejado claro que entre nosotros solo podía pasar lo que
había pasado, coincidíamos en que sería genial que pasara alguna vez más.
Y así
sucedió.
Pocas
semanas después me llegó un mensaje. Estaba hospedado en un hotel del centro en
el que volvimos a amarnos como locos. Fue la primera vez de muchas a lo largo
de los últimos meses, a veces en Madrid, otras en A Coruña, incluso llegamos a
pasar un fin de semana juntos en Sevilla. “Terreno neutral” dijo él, y no supe
(ni quise) decirle que no. Era fácil estar a su lado. Hablábamos de todo:
historia, deporte, literatura, cine… pero como habíamos pactado desde el
principio, el trabajo era tabú. Se había criado en un pequeño pueblo de la
Costa da Morte y estudiado unos años en Santiago. No acabó la carrera, pero
allí fijó su residencia… o eso me había explicado. La última vez que lo vi,
hacía apenas unas horas, estaba desnudo en la cama de un hotel de las afueras.
-Creo que voy a cambiar de
trabajo, pequeña –dijo mientras me apretaba contra su cuerpo- Los horarios, los
viajes, el… estoy cansado. Tengo dinero ahorrado, tal vez lo deje todo y me
traslade a Madrid. ¿Qué te parecería?
Se me aceleró el corazón en el mismo momento en que mi
teléfono vibro sobre la mesilla de noche.
-Tengo que irme, pero no huyo
de ti –le besé levemente los labios- Cuando acabe te llamo y seguimos con esta
conversación.
Conduje a toda velocidad, excitada y nerviosa por lo que
pensaba podía ser un cambio radical en mi vida. Tendríamos que aclarar muchas
cosas, pero estaba convencida de que podríamos ser muy felices juntos. Noté que
me faltaba la respiración en el momento que entré en la sala de reuniones. Había
llegado el momento. La Unidad Antidroga llevaba tiempo detrás de un grupo de
traficantes y hoy era el día elegido para detener a todos los miembros de la
organización.