Todavía
con el cuchillo en su mano y los ojos anegados de lágrimas, se preguntaba cómo
había llegado hasta ese punto.
Nunca
se había implicado demasiado en relaciones personales. Las había tenido, y
algunas más o menos largas, pero jamás había quitado la coraza que cubría su
corazón. Le gustaba ser así. Su vida no era especialmente sencilla y eso le
evitaba tanto hacer daño como, sobre todo, que se lo hicieran; además de
permitirle libertades que difícilmente podría tener con una pareja estable.
Sabía que esas libertades le estaban llevando por caminos poco recomendables,
pero esa era la vida que había elegido. Su vida.
Le
pilló completamente descolocado. Ella llegó cuando menos buscaba; cuando menos
lo esperaba; cuando más lo necesitaba… Era una chica discreta, completamente
distinta al tipo de mujeres con las que acostumbraba a involucrarse. Solía ir
con chicas exuberantes, de las que giras el cuello para seguir mirando cuando
te las cruzas por la calle. Apenas llamaba la atención a no ser que te
fijaras en su boca. Sus labios, al sonreír, formaban las curvas más bonitas
que había visto en su vida y de forma involuntaria, hacía que la luz que
irradiaban esos ojitos te hipnotizaran logrando que todo lo que te rodeaba
careciese de importancia.
Intentó
alejarse de ella. No se veía como una buena influencia para ese ángel de mirada
pícara y aroma a vida, pero cuanto más intentaba escapar, más necesitaba su
presencia. Cuando se detuvo a recapacitar ya había llegado demasiado lejos:
aquella tarde de primavera, en la que sus bocas se unieron por primera vez,
supo que sería capaz de hacer cualquier cosa que ella le pidiera. A pesar de
eso, la petición de aquella noche hizo temblar al chico duro que todavía
llevaba dentro.
Soltó
el cuchillo y se enjugó los ojos con el dorso de la mano mientras el olor que
flotaba en la estancia se adentraba en él. Nunca se creyó capaz de hacer
aquello, pero cuando le pidió que le ayudara a preparar sopa de cebolla para
una cena con sus padres, solo pudo sonreír, abrir una botella de vino y ponerse
manos a la obra.
Desde la página de Facebook de "Bajo mi embarcadero" solicité ayuda para escribir un relato. Pedí palabras y terminé recogiendo 18. La idea era elegir tres al azar para escribir la historia, pero una vez puesto... Aquí os lo dejo, al final las dieciocho han tenido sitio. Espero que os guste.
Desperté
todavía acelerado. Hacía tan solo un momento estaba teniendo sexo con una divinidad de melena azabachey profundos ojos azules pero, al despertar del sueño, solo se podía ver el
color del lapislázuli en las
cortinas que a duras penas contenían la luz del sol.
Comenzaré
por presentarme.
Me llamo
Antonio, Toni para los amigos. Soy un chico de treinta y pocos, bastante
extrovertido y según dicen algunos, un poco cabezón. Yo no creo que eso sea cierto. Sí que es verdad que me
gustan las cosas ordenadas y tengo ciertas “rutinas” que no me gusta romper. Me
gusta dormirme con las ventanas abiertas, mirando las estrellas, y despertarme
con la luz del sol. Me gusta vestirme con calma, comenzando por los pantalones
después de una ducha rápida; y desayunar queso curado ymembrillo bañándolo con una copita de rioja. Sé que no debería,
por la medicación de un problemilla crónico que me impide trabajar, pero una
copa de vino al día es saludable, ¿no?
Me encanta
pasear un rato por el parque cada mañana. Preparo una pequeña mochila con una
botella de agua, un chubasquero, un libro y un par de chocolatinas (hay que
estar preparado para posibles contingencias)
y tras comprobar que todas las ventanas de la casa están cerradas, doy dos
vueltas a la llave de la puerta y salgo a la calle.
Lo mejor
del otoño es el cambio de temperaturas y la variedad de colores que cubre el
parque. Caminar entre hojas secas mientras caen las primeras gotas de lluvia y
el petricor lo inunda todo. Ese
aroma a tierra recién mojada entre los árboles siempre me produjo una sensación
de infinitatranquilidad. Suelo
avanzar sin prisa, respirando hondo y disfrutando de la libertadque la naturaleza me provoca.
Aquella
mañana en particular, salí del parque para buscar una tienda de instrumentos
musicales que se encontraba en una callejuela (no tenía muy claro cuál) del
casco antiguo. Quería comprarme una armónica nueva. Me gusta tocar la armónica,
pero no sé por qué razón, a los pocos meses de tenerlas se desafinan. Me
despisté en algún momento y una serendipia
me llevó hasta la plaza. Las notas de alguien que rasgaba una guitarra
rompieron el silencio inicial. Poco
a poco el ruido se transformó en ritmo y elritmo en música.
Le reconocí
a pesar de su disfraz de vagabundo. Sentado en el borde de la fuente hacía
sonar los primeros acordes de una antigua balada. Vestía camisa de franela a
cuadros, un par de llamativos zapatos azules y unos pantalones de pana tan
gastados como la funda de la guitarra que había a sus pies. En ella que
reposaban las pocas monedas que su público le entregaba como reconocimiento a
su buen hacer. A su lado, una botella decerveza a medio beber (con el paso de los días aprecié que la alternaba con
cartones de vino) y un perro con mirada triste que miraba cansado a su
alrededor. Su voz me transportó a esos lugares que solo había visto en
televisión y que tantas veces soñé que visitaba.
Me
acostumbré a terminar allí cada día mi paseo matutino. Le escuchaba un rato y
le hacía un guiño al depositar un par de monedas en la funda. El asentía como
dándome las gracias, pero sin duda alguna, sabía que le había reconocido. Nunca
hablé con él. De repente, un martes por la mañana, junto a la fuente solo
encontré un perro con la mirada triste. El miércoles tampoco acudió. El jueves
pregunté a algunos comerciantes, pero ninguno sabía nada.
Tan solo yo
sé lo que realmente sucedió. Estoy seguro de que un preciosounicornio alado vino a buscar a Elvis y
montando a su grupa se perdieron en lainescrutable
oscuridad de la noche camino a ese lugar en el que los dos tendrían una vida más feliz. Mientras se alejaban, él hacía sonar los acordes de “Love me
tender” en su vieja guitarra a modo de despedida.