Era mi
primera visita a A Coruña. Solo
pasaría allí un día y una noche pero, después de peregrinar hasta Santiago, me había fijado como final de trayecto ver atardecer desde la Torre de Hércules. Crucé la ciudad caminando, con la tranquilidad de saber que el objetivo del viaje ya estaba cumplido y ahora tocaba recibir parte de la recompensa: un bonito paisaje, una buena cena y un merecido descanso en una cama decente antes de volver a Barcelona.
pasaría allí un día y una noche pero, después de peregrinar hasta Santiago, me había fijado como final de trayecto ver atardecer desde la Torre de Hércules. Crucé la ciudad caminando, con la tranquilidad de saber que el objetivo del viaje ya estaba cumplido y ahora tocaba recibir parte de la recompensa: un bonito paisaje, una buena cena y un merecido descanso en una cama decente antes de volver a Barcelona.
La zona me
impresionó desde que la estatua de Breogán apareció ante mi. No se trataba solo
de la Torre y la Rosa de los vientos, un enorme parque con monumentos
diseminados aquí y allá proponían una ruta que podría llevarme un buen rato.
Por suerte, el Sol todavía se
encontraba alto, así que me encaminé a la parte más alejada de la Torre para
iniciar mi particular periplo. Bordeé los quebrados contra los que el Atlántico
se balanceaba mecido aquel día por un suave viento del Oeste que inundaba todo con ese peculiar olor a salitre. En cuanto fue posible,
bajé a una cala pedregosa para tocar por primera vez aquel agua, fría y
cristalina, tan diferente de la de mi Mediterráneo. Volví a subir a los acantilados.
Dejé atrás algunos bancos de piedra encarados hacia el horizonte para acercarme
al cortado cuando me pareció escuchar una voz.
Una chica
de poco más de veinte años hablaba por teléfono. Su acento caribeño se
entrecortaba con cada sollozo, pero en el silencio de aquel solitario paraíso
su conversación era audible aunque no prestaras atención.
−No sé si
aguantaré mucho más. Siento que me lo estoy perdiendo todo. Me pierdo sus
llantos, sus risas, su despertar cada mañana… Ayer su padre me envió un vídeo
en el que me tira un beso y paparruchea que me quiere mucho. No estoy viendo
crecer a mi hijo. Sí, ya sé que es por su bien, para darle una vida mejor, pero
empiezo a dudar de que eso compense no tener a una madre, no tenerle a mi lado…
Por un
momento dejó de hablar, tan solo lloraba quedamente mientras el viento del
Atlántico, el mismo océano que veía su niño cada mañana, le revolvía el pelo.
En ese instante sentí la necesidad de abrazarle. Miré a mi alrededor. No había nadie
cerca. ¿Qué pensaría si en un lugar tan solitario se le acercase un extraño
para abrazarle? ¿Sería tan reconfortante como yo pensaba? ¿Sentiría miedo? Me
alejé lentamente hacia la Torre, incluso me detuve un par de veces dispuesto a
volver, pero no lo hice.
Hora y media después, tenía ante mi una docena de zamburiñas y una copa de Ribeiro helado, sin embargo no podía
dejar de pensar en la joven que había visto llorar. Sabía que mi gesto se
podría haber mal interpretado, que podía haber resultado incómodo, pero en ese
mismo momento me prometí que nunca más volvería a renunciar a ese impulso.
Aquel había sido mi último abrazo no dado.
No deberíamos reprimir un gesto tan bello como un abrazo por miedo a ser malinterpretados, pero la realidad se impone y no damos ese paso que daría ánimos a quienes más lo necesitan.
ResponderEliminarUn abrazo.
Si te aproximas a un desconocido en un lugar aislado tal y como está la sociedad actual, la primera reacción seguro que es de incredulidad y desconfianza. Ese es el camino que estamos eligiendo para nuestro mundo, pero estoy de acuerdo contigo, los abrazos nunca están de más.
EliminarTe mando uno
Hola, David.
ResponderEliminarEl gesto en sí, de ese abrazo dado o no, es muy bello.
Pero para ser realistas si me encuentro con alguien que no conozco e intenta dármelo, el susto seguro me lo llevo.
Quizás existan otras bonitas maneras de dar consuelo.
Un relato que impulsa al sostén y empatía hacia aquellos que tienen una vida más complicada.
Un beso.
Por eso no lo hice. Hemos hecho que se propague una desconfianza hacia el resto de seres humanos que dificilmente volvamos a recuperar. Cada vez es más difícil creer que alguien te pueda dar algo sin querer nada a cambio.
EliminarUn abrazo
Dicen que al ver aparecer el cenit de nuestra vida te arrepientes más de las cosas que no te has atrevido a hacer que de las que has hecho. Tempus fugit, una expresión que me viene siempre que veo una estampa de esas centenarias, así que, si las intenciones son buenas, carpe diem. Mañana puede ser tarde.
ResponderEliminarFantástico relato, David.
Un saludo!
Espero que falte mucho para el cenit de mi vida!!! Pero si es cierto que pensar que habría pasado si me hubiera atrevido es una mala sensación...
EliminarUn abrazo
Lo bonito es la intención, por tu parte porque era un abrazo de consuelo. Pero hoy en día dar un abrazo aun desconocido puede llevar a engaño. No hace mucho una chica me dijo si me podía dar un abrazo, que era un juego con sus amigas y yo por supuesto se lo di. Pero seguramente actuaria de distinta manera si es un chico que me quiere dar un abrazo. Pero yo ahora te doy un gran abrazo por que me apetece y te quiero felicitar las Fiestas. Un abrazo.
ResponderEliminarSiempre que te apetezca lo recibiré con agrado! Un abrazo enorme.
EliminarHola David, se me hace muy cercana la historia por el lugar y el instante. Esas luces y esas sombras desde la Torre de Hércules. Vi con mi pareja el atardecer de un día, la caída del sol tras la torre.Estuvimos allí, junto a ese enorme círculo simbólico que como platillo caído te insinuaba direcciones. Sí nos, o yo me hubiera encontrado a alguien llorando allí... Tu historia es una reflexión generosa sobre los impulsos contenidos cuando nos hacemos mayores. Es una pena que perdamos de vista con la edad a esos niños que fuimos, los que respondíamos de forma natural sin prejuicios, sin trabas. olvidandonos del que dirán; pero está el recelo y la desconfianza y un miedo al otro que imperan en nuestro día a día y la espontaneidad queda relegada en nuestros pies con unas argollas que nos impide el avance ante determinadas situaciones. Un abrazo
ResponderEliminarEl paso de los años nos lleva a eso, a perder la espontaneidad, la inocencia de los niños y enjaular las muestras de cariño. Por desgracia la sociedad nos arrastra a ello.
EliminarUn abrazo.
Hola, David. Nos has puesto un espejo con tu cuento. Tanto pensar, calcular, mientras las plantitas se nos resecan y nos ahogan. "Háganse como los niños". "Los lirios no siembran..." Gracias por invitar a la cercanía, a la mano amiga.
ResponderEliminarGracias a ti por aceptar esa cercanía a pesar de estar tan lejos.
EliminarUn abrazo