Me
estresa la vida en la ciudad. Despertador, ducha, desayuno y a correr.
Caravana, trabajo y a comer rápido y volver a la pelea….. un único momento de
libertad: cuando llega la noche y comienzo el viaje. Ese instante en el que
entre la consciencia y la inconsciencia comienzo a adentrarme en la tierra de
los sueños.
Me
zambullo en un mar de agua dulce y nado a toda velocidad convertido en un
pequeño delfín. Paso entre los rosales verdes que nacen en el fondo y dejo
atrás tiburones y miedos mientras que las sirenas que me acompañan lo alegran
todo con su bello canto. Esquivo muros de coral multicolor y bosques de pinos
antes de empezar a subir buscando la superficie. Rápido, más rápido, hasta
salir saltando hacia el cielo azul y alejarme cada vez más del agua. Veo mis
garras, y unas enormes alas doradas me elevan cada vez más hasta que comienzo a
planear entre nubes de algodón de azúcar convertido en águila.
A
mis pies, una pequeña isla verde se
dibuja y me precipito en picado a recorrer su contorno: una pequeña cala da
paso a una larga playa de arena azulada que las olas besan con infinita
dulzura. Árboles frutales separan la arena de un frondoso bosque y raseo el
vuelo hasta que las piedras ganan terreno y la playa se vuelve un acantilado
con el que las olas no son tan delicadas. La espuma me moja la cara. Respiro
hondo y suspiro.
En
la tierra de mis sueños hace tiempo vive una mujer. No sé si es alta o es baja,
no sé si rubia o morena, la verdad, no sé quién es. Hay noches en las que llega
en forma de loba, atenta y amenazante, con sus ojos verdes clavados en mi
sedientos de sangre. Entonces me transformo en un enorme lobo de lomo plateado
y corro detrás de ella ladera abajo y la alcanzo justo cuando llega al claro
del bosque que hay junto al rio. Me muerde las orejas bajo el brillo de las
estrellas y aullamos juntos a esa enorme luna azul que nos ilumina durante los
quince últimos meses del año.
A
ese claro llegó otra noche. Caminaba medio perdida con el pelo rojo cubriendo
la mitad de su espalda. No habló. Se sentó junto a mí y me miró mientras cogía
mi mano y la llevaba a su pecho. Noté como latía su corazón y como el mío se
aceleraba hasta que llegaban a acompasarse formando un solo latido. El calor
del sol, acompañado del canto de los sinsajos era lo único del mundo exterior
que demostraba que había vida fuera de ese remanso de paz.
Me
miró a los ojos y me besó. Un beso dulce. Nada más que un beso, nada menos
que un beso. Un escalofrío recorrió mi espalda, mi piel se erizó y me fijé en
el rubor de sus mejillas. Le pasaba algo, le faltaba algo….
Una
figura se acerca caminando por la playa. No es muy alta. Reconozco esa forma de
caminar. Lleva un vestido veraniego, blanco, que le llega por debajo de la
rodilla y hace resaltar todavía más el color moreno de su piel. La brisa marina
revuelve su pelo negro del mismo modo que los dedos de sus pies descalzos
remueven la arena mojada a cada paso que da. El sol del atardecer iluminaba el
reguero de huellas que deja atrás. No gira la cabeza. Camina hacia delante sin
dudas, alejándose de una extraña y densa niebla negra que se ha formado detrás
suyo.
De
repente surge un perro de la nada y comienza a retozar a su alrededor. Creo que
es la primera vez que veo su sonrisa. El brillo del sol parece una triste vela
titilando ante la luz que irradia ese rostro, esa sonrisa, esos ojos …
Se
sienta a mi lado sin decir nada. Apoya la cabeza en mi hombro y yo paso mi
brazo por encima de los suyos.
-Gracias
– me susurra al oído.
Noto
su boca junto a mi cuello y mi mano pasa de su hombro a su nuca. Clavo mis ojos
en esos dos pozos verdes y me doy cuenta que todo lo que busco, se encuentra en
ella. Nuestros labios se rozan sin llegar a besarse hasta que me tumbo de golpe
arrastrándola sobre mí.
-¡Estás
loco! –ríe- Esto es una locura…
Nos
amamos mientras el sol acaba de esconderse y las lunas comienzan a aparecer en
el momento en que, exhaustos, nuestros cuerpos dejan de moverse y nuestras
bocas de comerse a besos. Noto como su respiración acelerada se va serenando
sobre mi pecho, cada vez menos entrecortada, cada vez más relajada, hasta que
termina por desaparecer.
Abro
los ojos. La luz se filtra por las fisuras de la persiana que tapa la ventana
de mi habitación. Estoy solo, en una cama enorme y con una extraña sensación
que no sabría definir.
-
¡Por lo menos es sábado!
Me incorporo y decido que
aprovecharé el día. Saldré a pasear, a disfrutar de lo que la vida me ofrece y
con un poco de suerte, tal vez me cruce con ella un breve instante y compruebe
que esa mirada existe. Quizás esos ojos, no son sólo un sueño…
Quizás no son solo sueños, quizás el recuerdo de un gran amor.
ResponderEliminarO visiones del futuro!
EliminarGracias por pasarte por aquí. Bienvenida a mi embarcadero.