El sol comenzaba a dejarse notar, y
aunque todavía era temprano, presagiaba otra calurosa mañana primaveral. David
caminaba por una tranquila zona residencial de Castelldefels con destino a la
casa de una pareja rusa cuyo jardín hacía tiempo que se encargaba de cuidar.
Nunca le habían atraído en exceso las plantas, pero durante una mala época
laboral, la jardinería le proporcionó los ingresos necesarios para salir del
paso hasta que todo mejoró. Ahora habían vuelto tiempos de bonanza, de hecho acababa
de terminar su turno de noche en una gasolinera cercana y antes de tumbarse a
descansar, se encaminó hacia el único jardín de su etapa anterior del que
todavía se encargaba. Con el tiempo se había convertido en un hobby relajante…
¡y a nadie le vienen mal unos ingresos extras!
Al entrar en la casa recordó que no
había nadie. Hacía tres semanas los propietarios le dijeron que pasarían un mes
en Moscú para conocer a su nueva nieta, así que podría trabajar con calma. Años
atrás, si no estaban tenía que pedir la llave a la vecina, pero con el paso del
tiempo, había adquirido suficiente confianza con los dueños como para que le dejasen
una llave. El césped parecía estar bien, así que decidió no cortarlo. No le
gustaba nada el ruido del motor, así que intentaba evitarlo. Ya pasaría el
cortacésped una semana antes de que volvieran los dueños.
Podía haber caído contra el duro
azulejo que separaba la piscina del jardín golpeándose la cabeza, o peor aún,
podía haberse precipitado sobre una piscina que a estas alturas del año debería
estar vacía. Por suerte para él, los moscovitas, acostumbrados a las bajas
temperaturas de su país, disfrutaban de los baños durante todo el año. Su grito
se vio ahogado por un chapuzón en agua helada.
Salió resoplando y riéndose, contento de que
no hubiera testigos de su torpeza. Se quitó la ropa (menos mal que el sol
calentaba) y la extendió junto a la piscina sentándose en una de las tumbonas.
Se dejó caer notando los rayos sobre su cuerpo. La noche había sido larga, poco
a poco, todo se fue convirtiendo en tranquilidad…
Me imagino que podría explicarse sin más consecuencias. Pobre hombre si encima termina preso, mojado, desnudo y humillado.
ResponderEliminarUn beso.
Seguro que sí!! Además, la vecina lo conocía de cuando le daba las llaves, aunque eso no evita que la situación fuera un poquito violenta.
EliminarUn beso
Je,je,je... Desde luego, hay días que es mejor no levantarse para ir a trabajar. Divertido relato, David. Un abrazo!
ResponderEliminarHay días y días!
EliminarUn abrazo tocayo
Jajaja David aún ha tenido suerte que los rusos no vaciaran la piscina. Me has hecho reír con esos riegos que se disparan de repente.
ResponderEliminarBesos
Si te ha hecho reir, ha valido la pena el remojón!!!!
EliminarPetonets!
Me gusta. Es de esos cuentos 'bola de nieve' dond una cosa lleva a la otra y así hasta un final tan agradable. Nos seguimos leyendo.
ResponderEliminarGracias por tu visita y tu comentario!! Me alegro de que te haya gustado.
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