Pocas
veces habían visto salir el Sol juntos durante los últimos años, años intensos
en los que habían forjado algo bonito hasta tal punto, que les costaba
encontrar una palabra que lo definiera. Tenían en mente inventar una, no todo
se puede definir con las palabras que existen así que ¿por qué no crear una
nueva? Les encantaba pasear cuando el Sol comenzaba, cansado, a ocultarse tras
el horizonte. Playa o montaña, daba igual, pero el espectáculo de los últimos
rayos despidiéndose de ellos quedaba grabado en su retina.
-No
es de nosotros de quien se despide –le abrazaba de espaldas al tenue resplandor
del astro que acababa de ocultarse- Se despide de ella.
Hizo
que se girara para contemplar la Luna, una preciosa y enorme Luna que cada vez
brillaba con más fuerza.
-El
ocaso es bonito pero, ¿por qué mirar el final de algo si se puede ver el
comienzo de algo nuevo? Nunca nos fijamos en cuando la Luna nace. Somos
conscientes de que está ahí, esperando su momento, sabiendo que tarde o
temprano la luz del Sol solo llegara a nosotros gracias a ella, sacrificada
durante el día para iluminarnos por la noche, oculta ante el brillo de los
demás pero demostrando que a pesar de todo, es posible brillar si te lo
propones. Hace de la luz del Sol algo más mágico si cabe, guiándonos,
deslumbrándonos, moviendo mares y mundos con un simple reflejo; velando por
nosotros mientras dormimos y cuidando de nuestros sueños cuando la observamos
durante las noches en las que no podemos dormir.
Miró
sus ojos sorprendida. Sorprendida por la reflexión, por la intensidad que ponía
en cada una de sus frases. Sorprendida al ver como esos dos ojos castaños le
devolvían el brillo de la luna.
Más tarde,
cuando las sábanas revueltas cubrían sus cuerpos desnudos, le susurró al oído una
palabra que le hizo sonreír de oreja a oreja. Desde entonces, siempre que
pueden, se pierden en la montaña o a orillas del mar para disfrutar juntos de
un nuevo alunacer.
¡Qué bonito, David!. Me ha encantado todo. La belleza de las reflexiones sobre la Luna como emisaria de la luz del Sol. Pero esa pakabra final, alunacer, deberías patentarla. Un relato mágico.
ResponderEliminarUn beso.
Es chula eh? Tengo que inventar alguna más...
EliminarUn beso
Todos deberíamos tener nuestros momentos mágicos y nuestras palabras cómplices que nos los recuerden. Los amaneceres y atardeceres no lo son menos que amarse bajo la luz de la luna.
ResponderEliminarUn abrazo.
P.D.- Si me permites una observación al margen del texto, en mi opinión resulta un tanto difícil leerlo, al ser blanco, sobre el destello brillante de las olas de fondo, excepto en la parte baja de la pantalla, cuya imagen es más oscura. Es solo una opinión personal.
Todos los tenemos, otra cosa es que los apreciemos lo suficiente cuando están sucediendo.
EliminarGracias por la observación, tengo pensado hacer varios cambios en el formato y en este caso tienes razón: por mucho que me guste así, no acaba de ser práctico.
Un abrazo
Qué bonito y tierno relato-reflexivo, David. Es precioso de verdad. Creo que a partir de ahora yo también miraré a la luna de otra manera, :)
ResponderEliminarUn beso.
La Luna es bonita la mires como la mires, lo importante es tener un rato tranquilo para poder mirarla (o admirarla, eso ya depende de cada uno)
EliminarUn beso