Por la ventanilla del avión tan solo se apreciaba azul, un inmenso océano azul que alguna pequeña nube intentaba esconder de forma infructuosa. No se distinguían olas, ni barcos, ni pequeñas islas que tal vez, una vez en ellas, no fueran tan pequeñas. Tan solo una inmensidad azul que le hacía sentir minúsculo, insignificante. Giró la cabeza hacia el interior. El avión estaba vacío, pero no se sorprendió. En el asiento de al lado, una pequeña mochila con una libreta, un par de bolígrafos y un ejemplar de “Cantinela” (poesía urbana, rap, lo llamasen como lo llamasen a él le resultaba inspirador) y un silencio que lo inundaba todo. Ni conversaciones, ni música ambiental, ni motores… Nada.
El sonido de unos tacones rompió ese silencio a medida que avanzaba por el pasillo con paso firme y decidido, el semblante serio y la mirada clavada en sus ojos. Se sentó junto a él (¿dónde ha ido a parar mi mochila?)
-¿Cómo va?
Le hablaba con la naturalidad que otorga la confianza, a pesar de que apenas se conocían y llevaban años sin verse.
-Bien, creo. ¿No deberías estar pilotando?
-Piloto automático –sonrió- Tan solo hay que marcar el rumbo estipulado y él nos lleva. ¿Tú adónde quieres ir?
La miró confundida. Seguía siendo ella, pero la notaba diferente, más decidida si cabe, a comerse el mundo a bocados.
-Adonde tu piloto automático me lleve.
Soltó una carcajada llena de vida, una risa sincera y contagiosa que le hizo dudar si se reía de él o con él hasta que le sorprendió con un beso en los labios.
-Puedes ir adonde te dé la gana. Solo tienes que coger los mandos.
Abrió los ojos apenas unos segundos antes de que sonase el despertador. Entró en la ducha sin prisa (sabía que iba bien de tiempo) todavía contrariado por el sueño. Nunca la había visto con esos ojos. La conoció hace tiempo, no recordaba cuando ni donde, pero nunca pasaron de ser meros conocidos. Ahora llevaban años sin coincidir fuera de las redes sociales, donde apenas tenían contacto directo. Parecía mantener en los labios el sabor de los suyos mientras el agua resbalaba por su cuerpo en un inútil intento de traerlo de vuelta a la realidad.
Bajó al bufete del hotel a desayunar con el libro bajo el brazo. Abrió al azar y comenzó a leer mientras daba buena cuenta de dos tostadas con mermelada y un café con leche. Una frase le quedó grabada antes de subir a por la maleta: “Si siempre dices nunca, nunca, será siempre.”
Caminó por el aeropuerto pensando en la vuelta. Después de cuatro años muy productivos trabajando fuera, el último acenso le había dejado apenas a cincuenta minutos, los que separaban la capital del aeropuerto de Barcelona, de regresar a casa. Se puso los auriculares, conectó la música y avanzó por la terminal del Adolfo Suarez intentando alejar esa cara que, sin saber por qué, volvía a su cabeza una y otra vez. Pasó controles y se dirigió directamente a la puerta de embarque, siguiendo un río de gente que se iba quedando por el camino. Mientras pensaba que parecía llevar puesto el piloto automático, una mano en su hombro le sobresaltó.
-¡Joder con la musiquita! Llevo un rato llamándote y ni puto caso, ya dudaba si eras tú, ¡aunque estás igual!
Respiraba de forma agitada y las mejillas, pálidas en su estado habitual, sonrojadas, sin duda por el sofoco de seguirlo por media terminal. Ella sí que no había cambiado nada. La mirada decidida y risueña, la sonrisa alegre, contagiosa y esos labios, que hacía solo unas horas había besado en sueños, perfectamente retocados.
-Qué quieres, ¡me relaja! Qué casualidad, cuánto tiempo. No te voy a preguntar si viajas por trabajo o por placer.
El uniforme de la aerolínea para la que trabajaba era delatador. Giró sobre sí misma para que apreciase el modelito mientras reía.
-Viaje de trabajo. Aunque para mí el trabajo es un placer. ¿Dónde vas?
-Donde tú me lleves.
Respondió sin pensar. Dos días atrás, un simple “a Barcelona” habría salido de su boca, pero no se notaba la misma persona que hace dos días. No tenía claro en qué momento, pero había decidido quitar el piloto automático y ponerse a los mandos.
-Pues si coges mi vuelo, quiere decir que vuelves a casa… ¿definitivamente?
Se volvió a sonrojar. Sus mejillas, que por un momento había recuperado la palidez tradicional, retomaron ese tono rosado que tanto le favorecía. Bajó la mirada, tímida y huidiza, esperando una confirmación que era evidente.
-No te entretengo más, que seguro que vas justa de tiempo. ¿Nos tomamos un café cuándo aterricemos?
Un sueño casi premonotorio. Muy bien llevado.
ResponderEliminarUn abrazo
Qué precioso encuentro, en el mejor momento y anunciado por un sueño. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarFinal feliz de peli hollywoondense. Eso quiere decir que el piloto no es como Andreas Lubitz.
ResponderEliminarHola, David.
ResponderEliminarQué bonito relato. Un sueño que se hará realidad.
Muy tierno como has escenificado esa timidez, y es verdad esta frase: “Si siempre dices nunca, nunca, será siempre.”
Un beso.