Daniel
apareció corriendo en el porche con una vieja lata de galletas en sus manos.
-Iaia, mira lo que he encontrado en
el armario del sótano.
Su
abuela lo miró con los ojos perdidos desde el sillón de mimbre en el que
descansaba. En un principio parecía que le resultaba transparente, como si
pudiera ver a través de él, pero después su mirada se fijó en la colorida lata.
El pequeño se sentó a su lado, junto a su hermana mayor, y puso la caja en el
regazo de la anciana.
En
su interior había una extraña mezcla de objetos. Entre entradas de cine,
monedas extranjeras y pulseras de cuero, destacaban una pequeña rana de peluche
y unas zapatillas de ballet gastadas. Un fardo de cartas amarillentas atado con
una cinta roja dejó al descubierto varias fotos antiguas. María sujetó una de
ellas entre sus manos. Era una joven de apenas dieciocho años. Sostenía una
cámara de fotos intentando encontrar el mejor encuadre posible sin darse cuenta
de que su imagen estaba siendo perpetuada por alguien a escasos metros de ella.
Más de
setenta años separaban aquella imagen de la actualidad. Corría el verano del
2018. Sandra era una chica morena, menuda y extrovertida, un auténtico
terremoto que solo se paraba cuando decidía detener el mundo a través del objetivo
de su Nikon. Tenía un don especial. Siempre encontraba el ángulo perfecto en el
momento adecuado; y la l uz… Esa luz que lo iluminaba todo cuando ella estaba
presente y que tan bien plasmaba a través de la cámara. María tenía claro que si
sus fotos capturaban ese grado de belleza era porque las imágenes que mostraban
estaban iluminadas por sus ojos y su dulce sonrisa.
La conocía
desde el jardín de infancia, pero fue al llegar al instituto cuando comenzaron
a tener más contacto. Ahora, un día sin verla era un día perdido. El camino que
compartían al dirigirse a clase, los susurros al oído en la biblioteca, los
cotilleos vía whatssap al llegar a casa, eran cosas que habían hecho cambiar su
forma de ver la vida pero sin duda, los días que salían cámara en mano eran los
más especiales. Moverse por la ciudad con total libertad y poder hacerle fotos
a traición como la que tenía en sus manos; juntar las caras ante el visor para
juzgar si la imagen era la deseada o si había que repetirla, era lo más parecido
a tocar el cielo que jamás conoció. No tenía claro en qué momento se dio cuenta
de lo que sentía, pero sí recordaba cuando su mundo se vino abajo.
Sandra marchó a Londres a estudiar
fotografía dos años después y María nunca se atrevió a confesar sus sentimientos.
Comenzó a salir con el que después fue su marido y, aunque jamás llegó a
hacerle sentir lo mismo que la presencia de su amiga, le quiso de otro modo y consiguieron
ser felices durante muchos años.
Los dos
pequeños observaban a su abuela. La chispa que había brillado por un instante
en su cara se apagó en el momento en el que una lágrima comenzó a rodar por su
mejilla. El vacío se había vuelto a hacer dueño de unos ojos que miraban más
allá de la foto.
Los recuerdos y los secretos se guardan en el fondo de la memoria y de un recipiente cerrado y oculto, hasta que los unos y los otros emergen por arte de magia o de la casualidad.
ResponderEliminarUn relato muy bello sobre la nostalgia de un amor inconfesable e inconfesado.
Un abrazo.
Todos tenemos nuestros secretillos!!!
EliminarGracias por la visita y el comentario Josep.
Un abrazo
Qué pena guardar un secreto así, David.
ResponderEliminarPero da mucha más tristeza no poder querer en libertad.
Muy bonito, pero estoy con Josep Maria; la nostalgia impregna tu relato.
Un beso.
Gracias Irene!! Es lo que ha tocado esta semana. Espero poder arrancaros una sonrisa pronto.
EliminarUn abrazo
Te he seguido mientras te leía me gustó tu texto
ResponderEliminarMe llevaste de la mano por un camino que no conocía
saludos
Hay mil caminos por recorrer!!!!
EliminarGracias por la visita
A veces parece que hay secretos que es mejor que sigan durmiendo porque al despertarse vuelven a causar dolor, como ese amor imposible.
ResponderEliminarTierno y muy melancólico relato.
Besos
Si chica, parece que vuelvo a las andadas con la melancolía.
EliminarPetonets
Ese captura del instante es algo que atrapa,... y si se logra captar los esos aspectos más inmateriales como la luz, el estado de ánimo, los sentimientos,... entonces, es entonces cuando uno se siente satisfecho. Solo una cosa que me dejó descolocado David,... ¿cómo es posible que una anciana en la actualidad pudiese disponer de whatssap en la infancia?,... ¿me perdí algo? o no entendí?
ResponderEliminarLa foto es de la actualidad, la anciana del futuro. Tal vez tenga que retocar alguna cosa para que termine de quedar claro.
EliminarGracias por la visita Norte!!
Eliminarahora lo entiendo!
EliminarMe ha gustado viajar en el tiempo a través de la memoria de la anciana. Debe ser triste llegar a una edad en la que los recuerdos pueden hacerte sonreir por lo vivido y llorar al siguiente instante por saberlo perdido..
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