Lo de hoy no es un relato, es tan
solo un recuerdo. El recuerdo de un día que visto desde la distancia tenía que
haber sido feliz para un madridista como yo (sí, por si alguien todavía no lo
sabe, soy merengón). El recuerdo de un chupito amargo como pocos.
La
tarde del veintiocho de Mayo del 2016 caminé hacia bar con una extraña
sensación. Era la final de la Champions contra uno de los grandes rivales, tu
Atleti, pero no sentía la emoción de otras veces. Estaba convencido de que una
victoria rojiblanca era el homenaje que te merecías… ¡y sabes tan bien como yo
que habría celebrado la derrota de mi equipo! Mil sentimientos cruzaban mi
mente: sin mensajes la semana antes del partido, las felicitaciones llegaban
siempre unos días después si era el Real el que ganaba “Felicidades niño”, casi
siempre era el tuyo. Cuando nos pintabais la cara un “Enhorabuena indio” solía
ser el mío, pero este año no habría mensajes.
El
bar estaba lleno. Solo madridistas y culés, encontrar colchoneros en Barcelona
no es fácil. Comenzó el partido y sobre el minuto diez, a la camarera le
extrañó que pidiese un tequila antes de cenar. Lo había hablado con algunos
amigos: en el minuto catorce, brindaría contigo con un chupito, uno de esos que
parecían agua durante las noches de fiesta en nuestro querido Sur. Hubo una
falta lejana favorable al Real y con la vista fija en el reloj sujeté el
pequeño vaso. Lo levanté al cielo mientras el balón volaba y lo apuré de un
trago en el minuto catorce, ese adorado y maldito número que te marcó tanto
tiempo. El minuto en el que se paró el tiempo mientras Ramos remataba al fondo
de la red…
Los
madridistas gritaban alegres, los culés maldecían. Nadie se fijó en un chico
que apoyado en la barra lloraba incrédulo con un chupito vacío en la mano.
Lo
he hecho muchas veces desde aquel día y tu recuerdo, al igual que tu presencia
cuando la pude disfrutar, tiene un extraño efecto en mí. Me provoca sonrisas. Hasta en mis peores momentos me
resulta imposible pensar en ti y no sonreír. Gracias por seguir haciéndolo.
Hasta siempre, niño.
En la amistad verdadera no hay rivalidades. Entrañable relato, David.
ResponderEliminarUn abrazo.
Difícil de olvidar... Un abrazo!
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