Miro
la pequeña llama embelesado. Siempre que enciendo fuego me pasa lo mismo y el
recuerdo del abuelo acaba por anegar mis ojos con lágrimas. Fueron años
difíciles. Era un buen hombre aunque los días que pasaba por el bar se
trasformaba. Mi abuela intentaba esconderme, pero los golpes se escuchaban
desde debajo de la cama. Cuando me encontraba, el cinturón me dejaba marcas en
la espalda que tardaban semanas en desaparecer. Había momentos en los que la
situación me parecía insoportable, otros, sin embargo, daba la sensación de que
mi abuelo era el mejor padre que podía tener. A pesar de todo, los maltratos
fueron a más y decidí que debía seguir solo mi camino.
Los inviernos
alrededor de la chimenea son el único recuerdo agradable que tengo de aquella
época. El abuelo Miguel fue quien me enseñó a preparar la madera para que
ardiese rápido y bien. Primero una base de ramitas secas, incluso la pinaza
podía ser un buen recurso, aunque él prefería evitarla porque costaba secarla y
provocaba demasiado humo.
-No
utilices piñas –me dijo una noche mientras intentaba que prendiera la leña que
tendría que calentar la sopa de la cena- A veces saltan y te la pueden liar
aquí dentro. Ramitas finas pero cada vez más grandes, evitando amontonarlas en
exceso, el fuego es un ser vivo y también tiene que respirar.
Es divertido crear ese huequecito en el centro
cruzando troncos pequeños, como si fuese una tienda de esas en las que viven
los indios de las películas de vaqueros. Solía verlas en el viejo televisor los
domingos por la tarde, mientras él roncaba dormido en el sillón. Una vez el
fuego ha envuelto toda la construcción, dos o tres troncos más grandes
apoyándose sobre la hipnótica fogata y ya no hay vuelta atrás.
Mi
mirada sigue clavada en esas llamas que
danzan burlonas como si de una bailarina que intenta huir de la hoguera
se tratara. No se da cuenta de que, por mucho que intentemos huir, nunca
podemos escapar de lo que somos. Su fuerza sigue cautivándome, como cuando
nuestra casa ardió con mis abuelos dentro. Parece mentira que algo tan bello
pueda ser al mismo tiempo tan devastador.
Es
mejor que me vaya. El humo pronto alertará a los guardias forestales y no me
conviene estar cerca del incendio cuando aparezcan por aquí.
Me ha encantado cómo el narrador va soltando la información poco a poco y descubriéndonos una historias que empieza totalmente distinta a cómo termina. Además la forma en que está escrita es sencilla, pero muy bonita y hace que leerlo sea muy agradable.
ResponderEliminarEnhorabuena, muy buen relato.
Un beso.
Perdona David. El comentario de arriba es mío. Ha habido un problema con el ordenador que no es el que uso habitualmente.
EliminarGracias Rosa!!! Las cosas no siempre son lo que parecen y aunque no seamos conscientes, la infancia nos marca para toda la vida.
EliminarUn abrazo y gracias por pasarte por aquí!
Supongo que así "se hace" un pirómano, con traumas de la niñez y el fuego como detonante que sirva de asociación y liberación para tanta presión...
ResponderEliminarMe ha resultado un relato muy interesante, David, enhorabuena.
¡Un saludo!
Yo también supongo que tiene que ser algo así. La infancia nos marca y no sabemos como nos pueden afectar los traumas que vivimos durante ella.
EliminarUn abrzo
Hola David recuerdo que un profesor nos decía que siempre, incluso en aquellas conductas más destructivas hay una intención positiva para el que lo hace, él cree (aquí suspendo el juicio)que es bueno para él aunque no para el resto del mundo y eso que nos cuesta entender es desde dónde he leído a tu protagonista, desde la liberación y superación de todo lo que duele aunque para el resto sea equivocado y hasta pueda llegar a ser dañino.
ResponderEliminarTienes toda la razón en que las cosas no siempre son lo que parecen.
Besos
Nunca me había parado a pensarlo así. Ese profesor os hacía reflexionar y mucho.
EliminarPetonets
Es tremendo tu relato, su final es tan coherente como inesperado. Genial.
ResponderEliminarGRacias por la visita y el comentario.
EliminarMe alegro de que te haya gustado.
Un abrazo
Muy interesante la manera que lo vas relatando. Si. Antes nuestros padres, abuelos eran de caracter fuerte. Y darle cada tanto una paliza a los hijos era algo normal. Y eso deja huellas en la niñez, adolescencia. Ahora, al menos en las ciudades se avanzo. Hay mas conocimiento, psicologos, etc.
ResponderEliminarAbrazos