Caminaba
medio perdido por el centro comercial a la caza de una camisa para el sábado.
Tenía que ser una camisa especial, la ocasión así lo requería. Después de todo
el curso haciendo acercamientos y con el título de periodismo al alcance de mi mano,
por fin había conseguido quedar con Eva. No era una cita o por lo menos así lo
habíamos decidido. Queríamos hablar sobre distintas opciones a seguir a partir
de ahora. Vamos, que le cambiamos el nombre por quedada e inventamos una excusa
tonta para intentar no ir tan nerviosos a lo que sería una cita en toda regla.
Me
gustó desde que la conocí en primero de carrera, pero a pesar de las miradas,
no me atreví a hablar con ella hasta dos años después. Al empezar tercero nos
hicimos amigos y me entré que tenía pareja. Todo cambió a mitad de este curso.
Descubrió que no era la única novia de su novio y le plantó dos ostias en la
cara justo cuando la cafetería de la facultad estaba más concurrida. Y ahora,
unos meses después de aquel espectáculo, había accedido a tomar un chocolate
conmigo y hablar del futuro. En teoría futuro laboral, pero ya veríamos…
Se
me fue la mirada al pasar por delante de ella. Vestido granate, cortito, que
dejaba ver unas largas y pálidas piernas. Desvié la vista aturdido y me centré
en mi cometido. La tienda cerraría pronto así que tenía que apresurarme si
quería ir de estreno al día siguiente.
Allí
estaba yo, hecho un pincel con mi camisa nueva, un par de minutos antes de la
hora elegida para nuestra “no cita”. Nervioso, expectante, feliz por el que
creía que sería el principio de mi nueva vida. La vi a parecer por las
escaleras mecánicas, sonriente, con esa mirada que parecía absorber todo lo que
sucedía a su alrededor. Caminó hacia la cafetería con paso decidido y me
obsequió con un beso en la mejilla, muy cerca de la comisura de los labios, a
modo de saludo. Nos sentamos y pedimos dos chocolates.
Comenzó
a hablar. No sé cómo lo hacía, pero esa charleta continua, la intensidad que
volcaba en todo lo que explicaba, la emoción que derramaban sus ojos azules,
lograba hacer que el resto del mundo desapareciera. La camarera me trajo de
vuelta a la Tierra al dejar sobre la mesa dos tazas de humeante cacao.
Precisamente con esa vuelta a la realidad, mis ojos descubrieron esas curvas
imposibles en la tienda de enfrente.
Llevaba
el mismo vestido granate del día anterior, pero me pareció todavía más sensual.
Las botas negras con su fino tacón hacían realzar su figura aunque no
necesitase de esa ayuda. Por un momento me imaginé rodeando esa cintura con mi
brazo, apoyando mi mano en su cadera. Durante un segundo eterno, viajé de su
mano a algún paraíso indefinido, muy lejos de aquella cafetería.
-David despierta –la voz de Eva sonaba divertida- Te
has quedado embobado. ¿Qué miras?
-Perdona, he tenido un día malo y no estoy muy bien.
Creo que estoy incubando algún virus. ¿Te importa si lo dejamos para otro día?
Las
palabras sonaron en mi cabeza como si fuera otro el que las estuviera diciendo.
Me parecía mentira, pero me encontraba completamente desorientado y si seguía
en esa mesa no habría forma de prestar atención a Eva. La excusa sonó tan
natural porque en parte era verdad: no me encontraba bien. Después de tanto
tiempo esperando que llegara ese momento, mi mente no podía concentrarse en la
que hasta ese día pensaba que sería la mujer de mi vida.
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Habían
pasado tres días y en los tres había visitado el centro comercial con intención
de verla. Los dos días anteriores solo había mirado de reojo, pero hoy me senté
solo en la misma mesa en la que tenía que haber empezado mi historia con Eva. La
observé durante quince minutos con miradas furtivas mientras hojeaba un diario
deportivo. El teléfono vibró con un mensaje de Eva interesándose por mi salud.
Lo eliminé sin contestar.
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Sé
que es una obsesión insana, pero no puedo evitarlo. Dos años después de verla
por primera vez, sigo escapándome siempre que puedo para mirarla desde la
distancia. La ropa de invierno no es mi favorita, pero yo sé lo que oculta ese
jersey de lana. Hace mucho que sueño con acariciar los encantos que se insinúan
bajo esos tejanos. Tal vez, bajo mis caricias, la fría superficie del maniquí
se transforme en piel…
El título me ha hecho sospechar el desenlace, pero, aun así, me has hecho dudar, jeje.
ResponderEliminarEsa obsesión, no solo insana sino también irracional, no le llevará a ninguna aparte. Bueno, sí, a la mesa de la cafetería de enfrente, jajaja.
Un abrazo.
Hay cosas que no se pueden controlar!!!
EliminarUn abrazo
Me ha sorprendido el final porque no me lo esperaba, no porque me parezca raro, yo ya me lo creo todo, de hecho de toda la vida hay muñecos hinchables y ahora robots expresamente para temas de sexo. Insano? pero qué es insano? a quién hace daño tu protagonista? Según describes a él le da placer de una forma u otra. Lo único que yo veo es que está perdiendo el tiempo, porque me da que ella no va a tomar la delantera en pedirle salir.
ResponderEliminarMe ha gustado. SAludos.
Insano para él, aunque según lo pensemos, si así es feliz... lo que pasa es que tengo mis dudas de que lo sea. En cuanto a que ella tome la iniciativa, yo también lo veo compilicado.
EliminarUn abrazo
Muy bonita narrativa, y pensar que me encontré este blog de la nada...y que final jaja. Saludos desde Perú :D
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