martes, 9 de julio de 2019

Diminuto planeta azul



     No paraba de sudar. Esperaba que el tranquilizante que le habían pinchado no tardara en hacer efecto pero, mientras tanto, temblaba en una esquina del vestuario con el traje a medio poner. El estómago no paraba de jugársela y corrió hacia el lavabo para vomitar por quinta vez.




 

     Intentó controlar su respiración mientras las náuseas parecían remitir. Nunca llegó a pensar que el miedo podría atenazarle en un momento como este. Pasó toda su infancia escuchando a su abuelo historias sobre sus viajes espaciales y la idea de ver la Tierra desde fuera de la atmósfera era lo que le había empujado a superar todas las pruebas hasta llegar al día D.






     Terminó de vestirse lentamente, parecía que la medicación surgía efecto y por fin podía controlar sus nervios. Atrás quedaban los entrenamientos en gravedad cero y los simulacros que incluso le hacían disfrutar al tener la certeza de que lo único parecido a un despegue eran las sensaciones. La seguridad de saber que la maqueta en la que hacían las pruebas no se elevaría nunca aceleró sus pulsaciones más de lo normal.




Hoy todo era distinto.




     Por primera vez, una “explosión controlada” a escasos metros de su espada lanzaría al transbordador hacia el espacio exterior (esa expresión siempre le había hecho gracia). Los expertos decían que no era peligroso, que todo estaba controlado, pero el culo que descansaba sobre los reactores que impulsarían la nave no era el de ninguno de esos valientes.






     Ocupó su lugar sin hablar con nadie. Sus dos compañeros tenían cosas que hacer durante el despegue, pero su trabajo comenzaría cuando la nave comenzase a orbitar entorno a nuestro planeta.






-Es una imagen imposible de olvidar- le repetía su abuelo una y otra vez- Una preciosa esfera verde, azul y blanca. Nadie que no lo supiera podría imaginar la vida que guarda en su interior.






     Se repetía esas conversaciones una y otra vez a medida que el ruido iba creciendo. Fueron esas historias y el brillo en los ojos del viejo al contarlas, las que le animaron a forjar su camino. Volvió a sudar, incluso se le empañaron los ojos al pensar lo orgulloso que su abuelo estaría de él. Se aferró a su asiento y al terminar la cuenta atrás, la fuerza centrífuga hizo que agarrarse no fuera necesario. Intentó aislarse concentrándose en el recuerdo de aquellas charlas mientras se elevaba cada vez a mayor velocidad.






     Todo fue más rápido de lo que esperaba y antes de darse cuenta, la nave se movía suavemente, completamente estabilizada. Notó como su cuerpo seguía pegado al asiento tan solo porque los cinturones le sujetaban. Se soltó y, ansioso, flotó hacía una de las ventanas. Una bola gris y marrón ocupaba el lugar donde debería estar nuestro diminuto planeta azul.
 





     Bajó la mirada y rompió a llorar.

 




2 comentarios:

  1. Precioso relato, David. Sencillo, humano, y muy bien escrito. Esperemos que se quede en el dominio de la fantasía y que nunca llegue a hacerse realidad.
    Un beso.

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    1. Por el bien de todos, yo también lo espero aunque me parece que el camino que llevamos nos acerca demasiado al planeta del relato...

      Un beso

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