El invierno era más duro de lo que había imaginado. Diciembre
cambió drásticamente la rutina de todo el pueblo, aunque allí ya estaban
acostumbrados a eso. No hubo lluvias, y apenas un par de días de nieve con la
primera bajada de las temperaturas, pero el frío llegó para quedarse. La
fisonomía de la localidad, aparentemente no había variado demasiado. Tan sólo el
embalse vacío y los árboles del paseo sin hojas mostraban que el invierno ya
estaba aquí. Si salías a las afueras todo seguía más o menos igual, ya que la
mayoría de árboles eran de hoja perenne y se mantenían verdes a pesar de las
adversidades. Por el río bajaba más agua que en verano: en la sierra si que
había nevado y los dos pantanos más cercanos estaban al cien por cien de su
capacidad.
El mayor cambio se encontraba en la gente y su actitud, y todo
por una sencilla razón: había comenzado la temporada de recolección de
aceituna. El movimiento de extractores y todoterrenos comenzaba poco antes de
la salida del sol. Había que estar en las fincas al amanecer para poder
aprovechar las máximas horas de luz solar posibles. Algunos terminaban a la
hora de comer, pero otros grupos seguían hasta que a media tarde, el astro rey
comenzaba a ocultarse.
David lo intentó, pero una semana después de empezar, se dio
cuenta de que no estaba hecho para eso: manos magulladas, piernas cansadas y un
horrible dolor de espalda le habían obligado a abandonar. Para colmo seguían
con los mismos entrenamientos, con lo cual su cuerpo no tenía forma de
recuperarse. Por suerte, el presi le propuso trabajar en el bar. El matrimonio
tenía que pasar un tiempo fuera por asuntos familiares y Marta estaba haciendo
una sustitución en una academia de un pueblo cercano, así que, aunque por la
tarde la pelirroja estaba con él (cuándo volvían del olivar el bar solía
llenarse) por la mañana se encontraba prácticamente solo y sin apenas clientes.
Todavía no entendía como la mayoría de sus compañeros eran
capaces de entrenar con intensidad después de su jornada en el campo. El
aprovechaba los ratos muertos en el bar para preparar informes de los rivales,
en un inicio para Marta, pero últimamente también se los pasaba al Pelijas por
si les podía sacar provecho, y por la mejoría de los resultados del equipo,
parecía que así era. Lo cierto es que su vida personal sí que había cambiado,
más que por el invierno, por lo que le había hecho reflexionar la redada de
finales de verano. Apenas salía de noche y su relación con Ana estaba
definitivamente zanjada. Se lo había tomado mejor de lo que esperaba, y de vez
en cuando, tomaban un café y hablaban, sobretodo de la situación de su primo.
En una de sus carreras por las afueras advirtió la presencia de
una casa que le llamó mucho la atención: una sola planta con un pequeño
local-garaje en uno de los laterales. A diez metros de la carretera, y a su
vez, dentro de un parte del bosque sin apenas desniveles. El alquiler no
resultaba muy caro, ya que pertenecía a unos amigos del presidente que no la
utilizaban nunca, así que ahora que contaba con el sueldo del bar, estaba
decidido. Se trasladaría allí durante el parón de la liga de finales de
diciembre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario