Vertió una
buena cantidad de bourbon en el vaso que tenía sobre la mesa y se quedó
contemplando como los dos hielos de su interior se movían bañados por el licor.
Era su momento. Su vida había dado un giro años atrás y los instantes de
tranquilidad eran cada vez más escasos.
Añoraba los
ratos de soledad junto al remanso del río, leyendo o escribiendo sentado en el
tronco de aquel viejo sauce que una crecida había volcado en la orilla. Lejos
quedaban las horas en las que abrazado a su guitarra, rasgaba las cuerdas y
entonaba dulces canciones para intentar embaucar a alguna de las chicas que
veraneaban en el pueblo.
El viaje a
la capital lo cambió todo, pero era un cambio necesario. Pasó de ser alguien
conocido por todo el mundo, a ser una gota más en el mar de gente que habitaba
la ciudad. Hasta en esos duros momentos se sentía más feliz que ahora. Le
abrumaban las multitudes, pero aquellos días tocando en los pasillos del metro
le hacían sentirse vivo. Fue allí donde la vio por primera vez. Siempre
encontraba un segundo en el ajetreo matutino para pararse a escuchar un par de
canciones y soltar unas monedas en la funda de su guitarra. No era consciente
de que esos ojos inspiraban sus melodías, sus letras, sus ganas de seguir
adelante…
Y siguió
adelante, aunque por el camino perdió las ganas entre bares, copas de alcohol y
mujeres de una noche. Buscando inspiración en camas vacías y encontrándola sólo
en el recuerdo de unos ojos imposibles de olvidar.
Mientras
apuraba el vaso alguien golpeó la puerta. Cambió su camiseta, se mojó la cara y
se la secó antes de caminar hacia el escenario. Los focos estaban apagados, el
resto de músicos en su sitio y cincuenta mil personas a sus pies dispuestas a
cantar a gritos sus canciones. Tocó los primeros acordes de un viejo tema y un
cosquilleo recorrió su espalda. Le miraba en silencio desde la primera fila,
sonriendo, como si fuera una mañana de martes en un pasillo del metro.
Bonito, bonito...
ResponderEliminarGracias Sue!!!! :)
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