Daniel
llegó cabizbajo al edificio de viviendas en el que se encontraba su pequeño
ático. Recogió unos cuantos sobres del buzón de correos y comenzó el ascenso
con la mente muy lejos de allí. No tenía ganas de nada. Se daría una buena
ducha y dejaría pasar el tiempo mirando sin ver cualquier programa de
televisión. A pesar de tener claro que la enfermedad acabaría ganando a su
amigo, la espera se había hecho tan larga que algunos habían abrigado falsas
esperanzas.
Bajo
el agua caliente recordó su profesor como era hace años. Él era un alumno
desmotivado y la literatura nunca le había llamado la atención especialmente,
pero aquel hombre la predicaba con una pasión tan inusitada que incluso hacía
gracia. Justo antes de acabar cada clase, escribía una palabra en la pizarra y
sin decir nada, salía por la puerta. Era una costumbre extraña que a veces
provocó risas entre sus alumnos (siempre recordaría el día que escribió
“prepucio” y abandonó la clase con toda naturalidad) pero otras veces les
hacían ver la vida de otra manera (cuando después de leer “suspiro” en la
pizarra Sandra miró sonrió mirando a Daniel sería un momento especial). Él
despertó su vena periodística y le animó a seguir ese camino. Nunca perdieron
el contacto. Mientras estaba en la universidad, Alberto le mandaba un e-mail
cada viernes regalándole una nueva
palabra.
Luego
llegó su enfermedad y los e-mails se convirtieron en una carta cada primer viernes
del mes.
Al
entrar al despacho para comprobar su correo electrónico, un sobre llamó su
atención entre el grupo de facturas que había recogido al llegar. Esa letra era
inconfundible. Estuvo un rato sin decidirse a abrirlo, con la carta en la mano
y los ojos repletos por unas lágrimas que peleaban por salir. Rasgó el borde y
sacó la pequeña cuartilla que contenía con una sola palabra escrita:
“resiliencia”. Tecleó en su ordenador en busca de un significado para él
desconocido. Sonrió dejando marchar las lágrimas que tanto rato llevaba
reteniendo.
-Gracias Alberto…
Emotivo relato David. Son pocos, pero nunca podremos agradecer lo suficiente a quienes nos han enseñado tanto de la vida.
ResponderEliminar¡Un abrazo!
Gracias Ziortza! Gracias a lo que nos han enseñado y a lo que hemos aprendido de ellos, ahora somos quienes somos. Un abrazo.
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