Camino
hacia la luz lo más rápido posible. Desde el momento en el que se paralizó el
suministro eléctrico y saltó la alarma de incendios, tan solo las luces de
emergencia que señalan la salida iluminan el edificio que alberga las oficinas
de la C.I.A. Toda la operación se ha ido al traste y todavía me pregunto qué ha
podido suceder. A priori era una misión sencilla: el contacto que teníamos
dentro tenía acceso directo a la información, un listado de espías estadounidenses
en suelo ruso, mis teóricos compañeros. Únicamente tenía que esperar mi llegada
en su despacho y pasarme el listado, pero nada ha sucedido como estaba
planeado.
Al salir a
la calle la luz del sol ya ha desaparecido. Hacer saltar la alarma de incendios
en caso de problemas siempre me ha dado buenos resultados; entre la confusión
que se suele provocar es más fácil pasar desapercibido. Sin embargo, al pisar
el exterior me siento observado nuevamente. Tuve esa sensación al entrar en las
oficinas, con la chica de recepción, y en el ascensor, con uno de los becarios
que subió conmigo. Ahora no los veo entre la multitud, aunque los busco de
forma disimulada.
Abandono el
lugar lo antes posible intentando utilizar calles secundarias. Tengo habitación
reservada en varios hoteles, utilizando distintas identidades; el más cercano
está al otro lado del río, a unos quince minutos caminando. Una vez allí,
dejaré pasar un par de días que aprovecharé para cambiar de imagen y alquilaré
un coche con el que salir de la ciudad rumbo al norte.
Sigo
dándole vueltas a lo sucedido. Al llegar al despacho de mi contacto me encontré
la puerta entornada y, tras golpear suavemente con los nudillos, me decidí a
entrar. Allí estaba, sentado en la silla de su escritorio con un disparo entre
ceja y ceja. Todo era orden a su alrededor, de hecho, de no ser por el agujero sangrante
de su frente y el olor a pólvora, cualquiera podía decir que allí no había
pasado nada. No sabía quién podía haber hecho eso, lo que tenía claro era que
yo también estaba en peligro. Cogí parte del informe que el funcionario estaba
revisando en el momento de su muerte, le prendí fuego y lo acerque a uno de los
detectores de humo del despacho. Después de hacer saltar la alarma, esperé unos
segundos a que la gente empezara a salir de los despachos contiguos para poder
mezclarme con ellos y bajar por las escaleras de forma ordenada.
Avanzo
apresuradamente por el puente cuando un coche negro frena de golpe a escasos
metros de mí. Salto hacia el río en cuanto veo una pistola con silenciador aparecer
por la ventanilla. Noto una bala rozar mi muslo y otra impactando contra mi rodilla.
Cuando estoy a punto de llegar al agua, una lluvia de proyectiles cae sobre mi
cuerpo. Un dolor agudo en el hombro y en la espalda anuncia que me han alcanzado
justo antes de sumergirme en la oscuridad.
Una súbita
paz me rodea. El agua, en un principio fría, comienza a no ser una molestia, es
tan solo el remanso de silencio y tranquilidad que tanto he añorado a lo largo
de los últimos años. Los pulmones han dejado de quemarme, las heridas han
dejado de doler cuando un cálido resplandor me muestra el camino a seguir.
Abandono mi cuerpo en el lecho del río y camino hacia la luz.
Ser un espía es peligroso, ya se sabe, y cualquier detalle que salga mal puede llevarte hacia la luz definitivamente... ¡Buen relato! Ameno e interesante :)
ResponderEliminarUn saludo.
Gracias Julia!!!
EliminarMuy curioso porque siempre leemos sobre el espía al que al final le sale todo bien. Además, los americanos monganan siempre. 😉
ResponderEliminarEso es porque los vencidos no escriben la historia!!!
EliminarGracias por la visita el comentario.
Como fan incondicional de Ian Fleming y recientemente aficionado a John le Carré (he creado a Diego Leal para que protagonice mis propios relatos), está aproximación al mundo del espía me ha gustado mucho. Bien desarrollado y con un final muy distinto a lo que estamos acostumbrados.
ResponderEliminarUn saludo, compañero.
Gracias Bruno!! Un abrazo.
EliminarMuy buen relato, David. Tuve oportunidad de leerlo para el reto de Compulsivos y ya había degustado su calidad y originalidad. Es muy difícil contar una historia completa en 600 palabras, tu logras meternos en ella y nos llevas a buen puerto (aunque el protagonista no pueda decir lo mismo).
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias Mirna! La verdad es que los retos me ayudan bastante a sacar tiempo de donde no hay. Me alegro de que te haya gustado.
EliminarUn abrazo
Una escena llena de acción con un final poco al uso en este tipo de historias pero que quizá sea más realista. Estupendo relato, David. Saludos!!
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