martes, 12 de septiembre de 2017

REMEDIOS



     Remedios se detuvo en el portal del bloque de pisos en el que habitaba su hermana, se colocó bien el pañuelo con el que se cubría el cuello y abotonó el abrigo antes de salir a la calle. Hacía años que se protegía del frío con el mismo abrigo. “Es que ha salido muy bueno”, solía decir a sus hijas, “ya no hacen abrigos como los de antes”. El invierno en el norte era duro, pero en la ciudad se llevaba mejor que en el campo. A estas alturas del año, su pequeña aldea ya debía estar completamente nevada. Imaginó los tejados de pizarra teñidos de blanco y todas las chimeneas del pueblo echando humo. Recordaba la última vez que fue. Su Fernando todavía vivía y pasaron una semana de Agosto en casa de sus cuñados. Pasaron los días de un lado para otro, riendo y contando antiguas batallitas con los amigos que todavía vivían allí. Era feliz con Fernando. Desde que él faltaba su vida se había vuelto aburrida. Sólo los ratos que pasaba con sus nietos y las tardes en casa de su hermana le hacían salir de la rutina.

     Al cruzar la puerta un golpe de aire frío le azotó la cara. Caminó hacia las calles del centro. A medida que se acercaba al casco antiguo los adornos navideños eran más frecuentes. En todas las ciudades se cuidaban más las zonas comerciales, sobretodo en estas fechas tan señaladas, que el resto de la ciudad. Los troncos de los árboles estaban rodeados por tiras de leds que cambiaban de color y enormes campanas luminosas colgaban de cables de acero que cruzaban la calle de farola a farola. En la puerta de la iglesia un coro infantil cantaba villancicos ante un público cada vez más numeroso. Se paró a escuchar. La puerta estaba abierta y del interior del templo surgían las notas de un órgano acompañando las dulces voces. Cantaban de pie, al abrigo que proporcionaba el pórtico principal antes de comenzar la escalinata que llevaba al exterior.


 Aplaudió cuando terminaron la última estrofa de “El tamborilero” y se encaminó a la panadería de la esquina. Era tarde, pero acababan de sacar las últimas barras y el olor a pan recién horneado inundaba el local. Pidió una barra de cuarto. Mientras se despedía de la dependienta y bromeaba con ella sobre lo bien que estaba allí con el frío que hacía en la calle, notó el calor del crujiente pan en su mano. A su hermana le encantaba el pan recién hecho. Desde que se quedó viuda pasaba más tiempo con ella pero últimamente le preocupaba. Había perdido mucho peso. Estaba rara, despistada, y repetía mucho las mismas cosas. A Remedios le recordaba a su vecina Anselma. Anselma era una horonda gaditana, muy salada, que vivía en una casa del casco antiguo al lado de la suya. Poco a poco se fue quedando más delgada y en la cara se le dibujó una extraña expresión de inocencia. Parecía que reía de todo pero la sensación era que su mente estaba muy lejos de su cuerpo. Al final se la llevaron a una residencia a las afueras. No se acordaba del nombre de la enfermedad, pero le daba mucha pena pensar que su hermana también podía ir apagándose poco a poco.


     Comenzaba a caer una fina llovizna, así que apretó el paso para llegar lo antes posible al cruce que le separaba de la zona peatonal del centro del pueblo en la que se encontraba su casa. Al bajar el bordillo para cruzar el último paso de peatones resbaló con la pintura mojada y se precipitó hacía la calzada de manera repentina. Mientras caía pudo ver dos faros a su izquierda que se acercaban a demasiada velocidad.

12 comentarios:

  1. Estupendo relato, David. El tiempo pareció dejar de lado a la pobre, siguiendo la línea trágica de tus últimas historias. Un abrazo!!

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  2. Un triste final, que rompe el corazón del lector. Porque las personas mayores, tienen esa fragilidad que uno necesita proteger. Y la vida, que pasa...
    Muy buen relato, David.
    Un fuerte abrazo.

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  3. Vaya David, un relato muy detallado donde la mujer da un paseo cotidiano. Pobre mujer al final se cae y le llega la tragedia inevitablemente. Un abrazo

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    1. Nadie sabe lo que se va a encontrar al doblar la esquina...
      Un abrazo María del Carmen

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  4. Vaya David. Me has dejado muy mal cuerpo, ¡qué quieres que te diga! Acostumbrado como estoy a escribir fantasía, la dureza de la vida real me golpea como un puño de hierro.
    Muy buen relato. Un saludo, amigo.

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    1. Mis hermanas me echaron bronca por lo mismo!! Es verdad que el final entre cruel e inesperado deja una sensación poco agradable..
      Un abrazo

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  5. Muy duro relato que llena de tristeza.
    Saludos

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    1. Espero llenaros de alegría en los próximos!!!
      Un saludo y gracias por la visita!

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  6. Hola David. Un durísimo relato que pone en evidencia la fragilidad de los ancianos, algo que deberíamos cuidar más. Lo bueno es que sus últimos pensamiento fueran pensando en su vida de juventud junto a su marido.
    Un abrazo.

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    1. Recuerdos!! Casi siempre nos quedarán los recuerdos...

      Un abrazo Ziortza!

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