El
Sol de agosto acariciaba mi piel mientras que, sentado en aquella roca,
respiraba profundamente el olor a pino y romero que inundaba el ambiente de la
sierra jienense. A esa altura el silencio sepulcral tan solo se rompía por el
sonido de mis latidos. Abrí dos latas de cerveza, derramé parte de una en la tierra
seca y me dispuse a beber de la otra mientras observaba a los buitres planear
en el acantilado, por debajo de nuestra posición. Cerré los ojos y saboreé esa
mezcla de sensaciones que inconscientemente me provocaron un viaje
espacio-temporal.
Seguía
siendo agosto, pero prácticamente media vida atrás. El mismo sol de justicia
golpeaba mi nuca mientras cruzaba el pequeño puente colgante con destino Ayiki
Lao. Me paré justo en medio de la pasarela y me quedé contemplando el agua que
unos pocos metros por debajo de mí circulaba refrescando levemente el ambiente.
Comencé a subir aquellas incómodas escaleras. Nunca sabía si subir un peldaño a
cada paso o dar un paso intermedio antes de proceder a ascender el siguiente.
No eran más de ocho o nueve escalones, bajos y largos, que llevaban a la puerta
de lo que en aquella época era nuestra casa.
Al
entrar no pude evitar una sonrisa; todo estaba como siempre. Un par de mesas de
jubilados discutiendo por una ficha de domino mal jugada, tres jornaleros en la
barra, cuatro amigos en una mesa discutiendo de fútbol y el eterno Gabriel tras
la barra y a punto de marchar a casa. Después de saludar a algún parroquiano,
derecho a la cocina a dar dos besos a Anita. Al salir los astros se conjuraron
y algo diferente sucedió aquel día. Un torneo de fútbol-sala aplazado por el
calor, los clientes habituales del sábado a mediodía y los turistas que
llegábamos un año más a pasar las fiestas patronales hicieron que en pocos
minutos el bar estuviera lleno.
Recuerdo
perfectamente cuando entraste con tus padres y la que después sería tu esposa,
tu piba, saludando a todo el mundo con una euforia y alegría que contagiaba a
cualquiera que estuviera cerca de ti. Hablaba con tu madre, me decía que
estabas contento, más tranquilo, más formal, cuando un grito se escuchó por
encima de la algarabía general. Al girarme ya estabas de rodillas, cantando el
himno de tu equipo y haciendo girar por encima de tu cabeza la camiseta rojiblanca
que hasta ese momento cubría tu delgado cuerpo. Todo pasión.
Ayiki
Lao no era solo fiesta. Cada tarde saltábamos la valla que delimitaba la
escuela para jugar interminables partidos de fútbol contra los chicos del
pueblo. Tardes de risas, cabreos, patadas y cientos de mosquitos tragados hasta
que el ocaso o el agotamiento nos decía que era hora de volver a casa a
preparar la noche. Miles de estrellas nos protegían y observaban curiosas las historias que se alargaban hasta la salida del Sol. Batallitas que seguimos recordando verano tras verano entre botellines fríos y abrazos efusivos provocados por la exaltación de la amistad que la amarga rubia provoca.
Los
años pasaron pero los problemas no dejaron de llegar. Seguías con un optimismo,
una valentía y una entrega envidiables en cada gesto de tu vida, pero hay veces
que no es suficiente con el esfuerzo. A veces la vida no es justa.
Brindé
con tu lata y derramé su contenido mientras apuraba la mía de un trago, limpié
con el dorso de la mano las lágrimas que resbalaban por mis mejillas y me
despedí besando el suelo antes de volver al camino que me llevaría al coche.
La vuelta al hogar, a la infancia... Como dicen la persona que se fue jamás regresa. Aunque tenga los mismos ojos y el mismo nombre. Los recuerdos son hermosos siempre que estén bien empaquetados en la memoria para que no supongan obstáculos para el presente ni cadenas para el futuro. Pero no es mala idea tomarse una cerveza con ellos, de vez en cuando. Precioso relato, David. Un abrazo!!
ResponderEliminarAhí sucesos y lugares que nos marcan, pero el camino está ahí delante.
EliminarUn abrazo.
Un hermoso relato David. Presente y futuro se entremezclan en un espacio concreto que tantas alegrías ha dado al protagonista, felicidad que se torna en cierta amargura al volver al presente. Es lo que tienen los recuerdos, si nos aferramos a ellos más de la cuenta. ¡Precioso David!
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Hay personas que siempre están presentes, aunque ya no estén. Lo bueno es que resulta imposible pensar en ellos y no sonreir.
EliminarGracias por el abrazo, otro para ti
Uffff!, me ha encantado ese relato intimista que nos trasporta a muchos de nosotros a situaciones semejantes. Precioso relato!
ResponderEliminarGracias!!! :)
EliminarUn relato que es pura nostalgia de lo que fue y nunca más será.
ResponderEliminarBuen relato, David. Un saludo.
Buena descripción!! Un abrazo Bruno.
EliminarBuen relato como un ejercicio de introspección, con el que logras trasmitirnos la nostalgia que produce regresar a un lugar impregnado de recuerdos, imposibles de volver a hacer realidad.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias. No todo tiempo pasado fue mejor, pero hay algunos que no se olvidan.
EliminarUn saludo.
un gran texto....
ResponderEliminarme ha gustado hallarte
desde Miami te leo
gracias por compartirte
Desde Barcelona me ha gustado ser hallado.
EliminarGracias a ti por leerme.
Un relato que es la vida misma. Gracias por escribirlo.
ResponderEliminarY por una vez, es real, aunque me duela. Gracias a ti por leerlo.
Eliminar