Apagué
el despertador de un manotazo con la intención de posponer la alarma cinco
minutos más hasta que la luz procedente del salón me recordó que ese era mi
primer día de vacaciones. El reloj marcaba las 4.30, pero si quería estar en el
pueblo a mediodía teníamos que salir antes de las seis y no resultaba fácil con
dos críos pequeños.
Me
senté en la cama y bostecé mientras mis pies buscaban unas zapatillas que
parecían haber desaparecido en ese pozo sin fondo que hay unos centímetros por
debajo del colchón. Al final me rendí, me arrodillé hasta localizarlas y, tras
vestir con ellas mis pies, caminé con sigilo hacia la luz. Entre el sofá y la
mesa se repartían tres maletas sin cerrar y una nevera portátil. El carrito de
Dani estaba junto a la televisión y en medio de ese relativo desorden, Ana se
movía con la precisión y determinación de un soldado en el campo de batalla. La
observé desde la puerta unos instantes: el pelo negro recogido en una cola de
caballo dejaba descubierta la blanca piel de su apetitoso cuello. Mientras
hablaba sola sin parar de moverse, los pantalones de su pijama se ajustaban
suavemente insinuando las curvas que cubrían y que me volvieron loco desde el
día en que la conocí. Me acerqué silenciosamente y le di un cachetito. Sin
saber de dónde, surgió un cojín que voló hasta estrellarse en mi cara mientras
me llamaba bobo como solo ella sabía hacerlo. La sujeté por las caderas y me
pegué a su cuerpo en el mismo momento en que un llanto desconsolado sonó en la
habitación de los críos.
-Deja de
hacer el tonto y ve a vestir a tus hijos mientras termino de preparar esto.
Dani
lloraba en su cuna mientras Eva, incorporada en el colchón, seguía medio
dormida. No tardé demasiado en prepararlos y al salir al pasillo, el aroma a
café recién hecho nos dio una agradable bienvenida.
Todavía
no había amanecido y ya estábamos con los trastos cargados y acomodados en el
coche para partir rumbo al Sur. Hacía tiempo que no necesitaba tanto unas
vacaciones. Mientras nos poníamos en marcha no podía dejar de pensar en las
cosas que había dejado a medias en el trabajo. El día anterior había pasado un
buen rato poniendo al día a mi compañero para que no tuviera ningún problema,
pero a pesar de eso no estaba del todo tranquilo. Llevaba tres años en la nueva
empresa en los que no había parado de crecer. Las oficinas se encontraban
apenas a media hora de casa si cogía la autopista dirección Norte. Desde el
primer momento me sentí integrado, cada vez con más responsabilidades pero
feliz por hacer el trabajo para el que siempre me había estado preparando. Los
últimos meses la expansión había sido fulgurante provocando que el número de
reuniones creciera de forma exponencial. Como era lógico, mi grado de estrés
crecía de la misma manera.
Puse el intermitente y abandoné la
autopista.
Confiaba
plenamente en mi compañero. Sergio comenzó a trabajar con nosotros pocos meses
después que yo y casi todos los proyectos los comenzábamos juntos, aunque sus
problemas con el inglés solían dejarle en un segundo plano en las reuniones
importantes. Ahora que solo quedaban algunos trámites podía viajar tranquilo a
las montañas que me vieron nacer. Mis amigos de la infancia se encargarían de
que me olvidase de informes y estadísticas y desconectase del resto del mundo
durante el tiempo que estuviéramos allí.
Aparqué y por
un momento me sentí completamente fuera de lugar.
-Cariño,
¿dónde estamos?
Ana y los
niños se habían dormido justo al salir de casa y ahora me miraba adormilada
desde su asiento. Levanté la mirada y sonreí al tiempo que negaba con la cabeza
al ver el edificio de oficinas con las luces apagadas. Volví a poner el coche
en marcha y me incorporé a la autopista, esa vez sí, en la dirección correcta.
Nuestro subconsciente nos juega malas pasadas muy a menudo. Ponemos el control automático y es él, quien nos guía, como un GPS predeterminado. La costumbre tiende a dominar nuestra conducta y cuando debemos hacer algo distinto a lo cotidiano, sucede lo que acabas de describir tan bien. Y es que el trabajo tiene ese poder especial de dominar nuestra mente y centrarnos en él incluso en momentos de ocio, sobre todo en las personas trabajadoras y responsables.
ResponderEliminarHas descrito con tanta naturalidad y detalle el preparativo de ese primer día de vacaciones, que me ha dado la impresión de estar viviéndolo en persona, jeje.
Un abrazo.
Hay trabajos que son automáticos y no hay que pensar demasiado, pero otros nos absorven y nos roban pensamientos incluso en horas de ocio. Personalmente siempre tengo ganas de vacaciones!!!
EliminarUn abrazo
No me extraña que tu protagonista se dirigiera a su lugar de trabajo si llevaba tanto tiempo sin vacaciones. Una señal más de que las necesitaba :)
ResponderEliminarHas descrito muy bien la escena del despertar y los preparativos, David. Tan creíble que yo también he creído oler ese café... Buen relato, me ha gustado mucho.
¡Un saludo y feliz finde!
Gracias Julia! Para ser sincero, me han pasado cosas parecidas a la de mi protagonista
EliminarUn abrazo.
Creo que ese chico necesita urgentemente una largas vacaciones,... y sobre todo en un lugar sin ccobertura jajaja Créeme si te digo que entiendo perfectamente al protagonista de tu relato. me ha encantado David!
ResponderEliminarCreo que todos hemos pasado por momento similares. Escapar unos días a la montaña es un buen remedio, al menos para mi...
EliminarGracias por la visita!
¡¡¡¡Pobre!!!! Necesita ya las vacaciones y qué peligroso es no darse cuenta y funcionar en modo automático.
ResponderEliminarBesos
Unas merecidas vacaciones!!!! Al final todo llega.
EliminarPetonets!
El piloto automático con el que todos funcionamos la mayoría del día nos vuelve como robots.
ResponderEliminarLes deseo unas buenas vacaciones a los protagonistas de tu relato, se lo merecían.
Me ha gustado,David.
Un abrazo
¡Pobre hombre! Lo que hace el estrés laboral, a veces se necesitan horas e incluso días para desconectar de ciertos trabajos.
ResponderEliminarMuy bien expresado, David.
Un abrazo.