jueves, 17 de mayo de 2018

PUENTES


                Desde pequeño llamaron mi atención y a medida que voy creciendo (que no madurando) me doy cuenta de la importancia de los puentes.




   Cada vez que puedo me escapo al pueblo de mis padres, quizás eso me marcó. Es un pueblo pequeño situado en un rincón de la sierra andaluza. Dos ríos lo atraviesan y se unen allí, por lo que para ir a cualquier lado estás obligado a cruzar algún puente. Cuando era un crío, el objetivo era cruzar el que tenía más cerca de casa para alcanzar la feria que instalaban al otro lado. La inocencia gobernaba mis días y atravesar esos escasos cinco metros, me transportaba a un mundo en el que no necesitaba mucho más para ser feliz…




     A pocos metros de allí, un puente de madera, estrecho y más largo que el primero, me separaba del que fue nuestro bar favorito hasta su cierre, nuestro punto de encuentro, nuestra casa. Caminar sobre esas tablas que cuelgan burlonas sobre el Guadalquivir se convirtió en un símbolo de libertad y amistad.




    Me he encontrado muchos después. Cuando he tenido prisa los he atravesado corriendo, sin mirar sobre mis hombros; pero prefiero hacerlo caminando con calma, disfrutando de cada momento. He cruzado algunos acompañado por una multitud; puentes anchos y seguros sobre los que pasaba con tranquilidad, sin apenas darme cuenta. Otros han sido más complicados. Pasarelas estrechas y largas, inestables. Estos casi siempre hay que cruzarlos solo y, aunque siempre he notado que había manos cerca que me sujetarían si se venía abajo, caminar sobre madera medio podrida sin ver hacia dónde llevan provoca una angustiosa sensación de desasosiego. Pero la niebla de la otra orilla siempre acaba por desaparecer cuando la luz del sol la traspasa, y creedme, por muy densa que parezca, siempre termina por traspasarla.




A veces he tenido que saltar para evitar mojarme y otras he construido puentes de plata, pocas, por suerte no hay mucha gente que quiera huir a través de ellos.




    Siempre me he preguntado dónde irán los puentes que no me atrevo a cruzar… 




5 comentarios:

  1. Excelente uso del puente como metáfora. Me ha hecho gracia que hayas escogido esa imagen del puente colgante cuyo extremo permanece oculto por la niebla. Es un cuadro que he visto en Ikea y que siempre quise comprar para el cabezal del dormitorio. Pero mi mujer siempre se ha negado, me dice que un puente en el que no se ve el otro lado no es lo más adecuado para ese lugar.
    Y por cierto, aprovecho para desearte un muy feliz cumpleaños y muchas musas para el año que comienzas. Un abrazo!

    ResponderEliminar
  2. Una estupenda metáfora la de los "puentes de nuestra vida". Ciertamente los hay de muchas formas, para cruzar en muchas circunstancias y que conducen a muchos destinos. ¿Los que dejamos de cruzar? Esos a lo mejor son para otras vidas :))

    Un texto muy bonito, David :)

    ¡Un abrazo!

    ResponderEliminar
  3. Me gusta la metáfora que has utilizado de todos esos puentes, me ha recordado una frase que he leído en algún sitio construimos muchos muros y no suficientes puentes, hay tantos puentes en nuestras vidas, entre los que queremos cruzar, los que debemos cruzar, los que aparcamos, los que se quedan en el camino...
    Veo que David te felicita por tu cumple, así que también te deseo lo mejor.
    Besos

    ResponderEliminar
  4. Quizás sea precisamente sea esa la razón del porqué no los encuentras,... quizás sea porqué no te atreves a cruzarlos.

    ResponderEliminar
  5. El puente como metáfora de la vida. ¿Qué hay al otro lado de aquellos puentes que no los atrevemos a cruzar? Buena reflexión, David.

    ResponderEliminar