miércoles, 19 de febrero de 2020

Hacia la puesta de Sol...





     No era feliz. Me decían que no tenía motivos para quejarme, que me hacían trabajar pocas horas, los descansos eran largos y no se trataba de una tarea muy dura. El ambiente festivo lo hacía todo más ameno, pero pasear a críos sobre mi lomo no era lo que había soñado a pesar de haberme resignado hace mucho tiempo a mi destino.



     Las ferias solían ser entretenidas y nos permitían visitar nuevos pueblos cada semana. En algunas se pasaban con la pirotecnia (no sé cómo eso puede gustar a los humanos, a nosotros nos aterroriza) y otras teníamos alguna atracción demasiado cerca. Si eran colchonetas no pasaba nada, pero las canciones que reventaban los altavoces de los autos de choque o el sapito loco, diferían demasiado de mis gustos musicales.



     Pues resultó que después de dos semanas bastante malas, de pueblos grises y niños maleducados que me golpeaban con sus talones y tiraban de mis orejas, llegamos a un pequeño pueblecito en la falda de una montaña. Desde el primer momento me enamoré del paisaje. Sería genial poder quedarse a vivir allí. Los prados cubrían el terreno hasta un bosque que no parecía excesivamente frondoso, ideal para pasear al trote después de marcarme un galope a tumba abierta por el prado despejado.



     Fue un espejismo. Al llegar la tarde volvieron a subir a mi lomo niños malcriados que no eran conscientes ni del daño que me hacían ni del que se podían hacer ellos. Sus padres los observaban orgullosos de cómo se mantenían sobre mí. A pesar de todo me preocupaba porque no cayeran. Desde que tenía uso de razón lo hacía. Eran niños, solo niños, y crecerían poco a poco y tal vez se convirtiesen en abogados, médicos o incluso veterinarios.


     Todo cambió cuando ella me eligió. No tendría más de siete años. Morena, pelo revuelto, un vestido azul celeste cubría su cuerpo dejando ver dos heridas recientes en sus rodillas. Tenía pinta de ser un terremoto, pero su mirada era distinta, inocente, limpia, ilusionada…


     Subió de un salto a mi lomo y se agarró a mi cuello.


   ¡Hola bonito! Nos lo vamos a pasar genial. Eres el caballo más pequeño, pero los pequeños somos los mejores.

     Me besó. Fue un beso dulce, fugaz, muy cerca de la oreja derecha, pero ese fue el primer beso que me dio un humano. La primera muestra real de cariño que recibí en mi
existencia.



     Comenzamos a movernos despacio mientras su risa sonaba por encima de la música. Me pedía que fuera más deprisa, que no tuviera miedo, que disfrutase del paseo como ella lo estaba haciendo.


−¡Cabalga caballito! Mira que atardecer más chulo. Vamos a dejarlos con la boca abierta corriendo ladera abajo. ¡Arre!


Y lo hice.


Le pedí que se agarrara fuerte y por primera vez escapé de mi cautiverio. Galopé espoleado por sus gritos, por sus risas. Sentí el aire en mi cara, la hierba fresca bajo mis viejos cascos cansados. Cabalgué hacia el Sol que comenzaba a ponerse disfrutando de lo que sabía que serían mis únicos instantes de libertad. 




Duró poco, pero mereció la pena. Por sentirme libre. Por sentirla feliz. Por ver la cara de todos los presentes cuando el viejo caballo de madera saltó del carrusel para galopar hacia la puesta de Sol.


10 comentarios:

  1. Qué preciosidad de cuento, David. Para nada me esperaba ese final tan sorprendente y que dota de más ternura aún a un relato ya tierno de por sí. Enhorabuena, bien escrito, con una historia atractiva y con un final muy original e inesperado. Lo tiene todo.
    Un beso.

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    1. Gracias Rosa!!! La verdad es que la historia fue evolucionando hacia ese final sin tenerlo previsto en un principio.

      Un abrazo

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  2. Mira que creía qie se trataba de un poni y no de un caballo del carrusel. De ete modo, la fantasía es doble, je,je.
    Si esos caballos de madera, clavados de por vida a una barra, pudieran hablar o, mejor aun, pudieran escapar...
    Me ha ecantado.
    Un abrazo, David.

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    1. Puestos a soñar, ¿para que quedarnos a medias?
      Me alegro de que te haya gustado.
      Un abrazo.

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  3. Fantástico e imprevisible final David. Me ha encantado!

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  4. Qué precioso relato, David. Me gustó el juego de tensiones. Al principio me sonó a calesita lo de loa altavoces y la pirotecnia. Y se confirmó con el hermoso vuelo a la libertad. Un abrazo

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    1. Siempre es un placer verte por aquí Beba. Si encima puedo aportar algo que te guste, mejor todavía.
      Un abrazo.

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