No
era feliz. Me decían que no tenía motivos para quejarme, que me hacían trabajar
pocas horas, los descansos eran largos y no se trataba de una tarea muy dura.
El ambiente festivo lo hacía todo más ameno, pero pasear a críos sobre mi lomo
no era lo que había soñado a pesar de haberme resignado hace mucho tiempo a mi
destino.
Las
ferias solían ser entretenidas y nos permitían visitar nuevos pueblos cada
semana. En algunas se pasaban con la pirotecnia (no sé cómo eso puede gustar a
los humanos, a nosotros nos aterroriza) y otras teníamos alguna atracción
demasiado cerca. Si eran colchonetas no pasaba nada, pero las canciones que
reventaban los altavoces de los autos de choque o el sapito loco, diferían
demasiado de mis gustos musicales.
Pues
resultó que después de dos semanas bastante malas, de pueblos grises y niños
maleducados que me golpeaban con sus talones y tiraban de mis orejas, llegamos a
un pequeño pueblecito en la falda de una montaña. Desde el primer momento me
enamoré del paisaje. Sería genial poder quedarse a vivir allí. Los prados
cubrían el terreno hasta un bosque que no parecía excesivamente frondoso, ideal
para pasear al trote después de marcarme un galope a tumba abierta por el prado
despejado.
Fue
un espejismo. Al llegar la tarde volvieron a subir a mi lomo niños malcriados
que no eran conscientes ni del daño que me hacían ni del que se podían hacer
ellos. Sus padres los observaban orgullosos de cómo se mantenían sobre mí. A
pesar de todo me preocupaba porque no cayeran. Desde que tenía uso de razón lo
hacía. Eran niños, solo niños, y crecerían poco a poco y tal vez se
convirtiesen en abogados, médicos o incluso veterinarios.
Todo
cambió cuando ella me eligió. No tendría más de siete años. Morena, pelo
revuelto, un vestido azul celeste cubría su cuerpo dejando ver dos heridas
recientes en sus rodillas. Tenía pinta de ser un terremoto, pero su mirada era
distinta, inocente, limpia, ilusionada…
Subió
de un salto a mi lomo y se agarró a mi cuello.
−
¡Hola bonito! Nos lo vamos a pasar genial. Eres el caballo más pequeño, pero los
pequeños somos los mejores.
Me besó.
Fue un beso dulce, fugaz, muy cerca de la oreja derecha, pero ese fue el
primer beso que me dio un humano. La primera muestra real de
cariño que recibí en mi
existencia.
Comenzamos
a movernos despacio mientras su risa sonaba por encima de la música. Me pedía
que fuera más deprisa, que no tuviera miedo, que disfrutase del paseo como ella
lo estaba haciendo.
−¡Cabalga
caballito! Mira que atardecer más chulo. Vamos a dejarlos con la boca abierta
corriendo ladera abajo. ¡Arre!
Y lo hice.
Le pedí que
se agarrara fuerte y por primera vez escapé de mi cautiverio. Galopé espoleado
por sus gritos, por sus risas. Sentí el aire en mi cara, la hierba fresca bajo
mis viejos cascos cansados. Cabalgué hacia el Sol que comenzaba a ponerse disfrutando
de lo que sabía que serían mis únicos instantes de libertad.
Duró poco,
pero mereció la pena. Por sentirme libre. Por sentirla feliz. Por ver la cara
de todos los presentes cuando el viejo caballo de madera saltó del carrusel
para galopar hacia la puesta de Sol.
Qué preciosidad de cuento, David. Para nada me esperaba ese final tan sorprendente y que dota de más ternura aún a un relato ya tierno de por sí. Enhorabuena, bien escrito, con una historia atractiva y con un final muy original e inesperado. Lo tiene todo.
ResponderEliminarUn beso.
Gracias Rosa!!! La verdad es que la historia fue evolucionando hacia ese final sin tenerlo previsto en un principio.
EliminarUn abrazo
Mira que creía qie se trataba de un poni y no de un caballo del carrusel. De ete modo, la fantasía es doble, je,je.
ResponderEliminarSi esos caballos de madera, clavados de por vida a una barra, pudieran hablar o, mejor aun, pudieran escapar...
Me ha ecantado.
Un abrazo, David.
Puestos a soñar, ¿para que quedarnos a medias?
EliminarMe alegro de que te haya gustado.
Un abrazo.
Precioso cuento!! Abrazos David
ResponderEliminarGracias Betty!!
EliminarFantástico e imprevisible final David. Me ha encantado!
ResponderEliminarMe alegro Norte!!
EliminarGracias por pasarte. Un abrazo.
Qué precioso relato, David. Me gustó el juego de tensiones. Al principio me sonó a calesita lo de loa altavoces y la pirotecnia. Y se confirmó con el hermoso vuelo a la libertad. Un abrazo
ResponderEliminarSiempre es un placer verte por aquí Beba. Si encima puedo aportar algo que te guste, mejor todavía.
EliminarUn abrazo.