Santi llegó
cansado. El viaje había sido largo, ocho horas de carretera para acudir al
funeral de su tío. Tenía un recuerdo vago de él y al ver su cuerpo apenas lo
reconoció. Poco quedaba en aquel rostro demacrado del pastor enorme y bonachón
que le paseaba a caballito y le daba a
escondidas caramelos de café con leche, aún a sabiendas que el pequeño los
tenía prohibidos.
El
sepelio había sido tan triste como el desenlace de sus últimos años.
Sumido en el olvido por culpa de una enfermedad mental, ingresó en
una residencia ante la imposibilidad de valerse por sí mismo. La soledad
que le acompañó durante el final de su vida, se vio reflejada en una iglesia
prácticamente desierta.
Se
echó en la cama nada más entrar, al día siguiente le esperaba otra jornada al
volante y tenía que descansar.
Un
ruido le hizo incorporarse sobresaltado. Por un momento se desorientó, pero
enseguida reconoció las sombras de la habitación. Por la ventana no entraba ni
un hilo de luz, todavía era noche cerrada. Prestó atención por un momento para
corroborar que todo estaba en silencio. Volvió a estirarse. Las casa viejas y
sus ruidos. ¡Cuántas veces le habían metido miedo sus hermanas cuando era
pequeño y compartían habitación! Poco a poco los buenos recuerdos invadieron su
mente y Morfeo se fue apoderando de su cuerpo hasta que un crujido en la madera
del suelo del piso de arriba llegó a sus oídos. Escuchó con el corazón
acelerado convencido de que había sido una pisada, esperando el siguiente paso
de quien fuera que había entrado en la casa, pero no llegó. El cansancio pudo
con la tensión y volvió a dormirse cuando los primeros rayos del día entraban
por la ventana.
Despertó
más relajado de lo que esperaba después de no haber dormido tanto como le
habría gustado, pero decidido a salir cuanto antes. Tanta prisa tenía, que se
lavó la cara, cogió su pequeña mochila y
cerró la puerta sin darse cuenta de que dos pequeños caramelos de café con
leche descansaban sobre la mesita de noche.
Ay, qué pena que no viera el regalo de su tío. A mí me gustaría que algunos de mis muertos más queridos me hiciera una vista de esas, con o sin caramelos, pero se muestran reacios. Yo no saldría corriendo.
ResponderEliminarPrecioso y tierno relato.
Un beso.
En esto estamos de acuerdo. Hay unas cuantas personas al otro lado que me encantaría volver a ver.
EliminarUn beso
Qué tierno, David. A veces somos incapaces de ver lo que pasa en nuestras narices porque nos dedicamos a "interpretarlo". Espero que el tío de Santi, en su nuevo estado, persevere en mantener esa relación y que Santi esté más receptivo :)
ResponderEliminar¡Un beso!
Nunca se sabe lo que tenemos a nuestro alrededor.
EliminarUn beso
Parece que los recuerdos nunca mueren,... incluso, a veces, se materializan.
ResponderEliminarUn abrazo!
Por desgracia a veces desaparecen, pero nunca mueren.
EliminarUn abrazo
Fue una bella y paranormal forma de corresponderle. Fue la única forma que tuvo su tío de demostrarle que aun no se había ido del todo. Una pena que no reparara en ese regalo póstumo.
ResponderEliminarUn abrazo.
La gente que nos quiere siempre nos acompaña!
EliminarUn abrazo.