Sin
duda se había pasado. Había bebido más de la cuenta, pero ese no era el
problema. Tenía claro que la cocaína no le dejaría dormir durante un buen rato.
Decidió coger el sendero del río para volver a casa, no era lo más rápido y
solo la luna y las estrellas le proporcionarían luz, pero sería más que
suficiente. Caminaba acelerado, demasiado acelerado, así que se obligó a
reducir el paso mientras se sacaba la china de hachís que le quedaba del
paquete de tabaco para liar. Necesitaba tranquilizarse. No tardó más de un par
de minutos en tenerlo listo y se obligó a detenerse y sentarse en una roca, a
escasos metros del río, desde la que podía ver el cielo estrellado.
Era
impresionante.
Después
de la segunda calada algo llamó su atención. En la orilla opuesta, dos luces
parpadeaban. Conocía bien el río. Sabía que allí no había nada, pero las luces
que seguían allí, muy juntas, parecían observarle. Parecían la mirada de algún
ser extraño, de esos en los que él nunca había creído pero que sus abuelos
siempre le decían que habitaban en los bosques. Hombres lobo y otros seres
venidos del averno con la única intención de alimentarse de carne fresca. Un
escalofrío recorrió su espalda al notar como aquellos dos ojos le miraban antes
de brillar por un momento con mayor intensidad y saltar al río.
Dejo
caer su “cigarrito” y salió corriendo sin mirar atrás. Si se daba prisa podía
alcanzar su casa en tres o cuatro minutos, pero no sabía a qué ritmo se podía
mover el monstruo. La excitación y el miedo se habían unido a las drogas para
dificultar todavía más su respiración. Tropezó, cayó y volvió a levantarse dos
veces. Escuchó pasos y risas cada vez más cerca, pero por fin pudo entrar en
casa y cerrar tras él. Escuchó con la oreja pegada a la puerta. Solo el latir
desbocado de su corazón parecía romper el silencio nocturno.
****************
Pedro
y Marta se recuperaban fumando un cigarrillo apoyados en el tronco de un árbol.
No se habían podido controlar después de tanto tiempo sin verse y al salir del
bar se perdieron en la oscuridad que ofrece el río a esas horas de la noche.
Dieron rienda suelta a su pasión, ansiosos por comenzar a recuperar el tiempo
perdido. Tras dar la última calada y arrojar los cigarros al agua, les pareció
escuchar algo que se alejaba corriendo por el sendero que discurría por la
orilla contraria.
Uno de los motivos para no drogarse: los sentidos pueden traicionarnos y hacernos ver y percibir cosas irreales o simplemente distorsionadas. Me ha gustado esta historia de doble filo: del que huye presa del pánico por algo que otros, ajenos a los aconteciomentos, han provocado sin querer, je,je.
ResponderEliminarUn abrazo.
Nunca se sabe lo que puedes encontrar en un bosque de noche. Una bestia, dos cigarros, cualquier cosa puede ser aterradora si no controlamos nuestro subconsciente.
EliminarJa ja. Menuda carrera que se pegó el amigo. Igual le sirvió para sudar un poco las sustancias tóxicas y cansarse lo suficiente como para dormir de un tirón el rato noche que le queda.
ResponderEliminarDos perspectivas de una misma historia muy interesantes.
Un beso.
O igual fue más tensión todavía y le fue imposible conciliar el sueño! Lo que es seguro es que no volverá a utilizar ese sendero de noche.
EliminarUn beso.
Qué final inesperado,... como siempre en tus relatos David,... y es que la mente puede jugarnos malas pasadas...
ResponderEliminarCuídate!
Las drogas, que son mu malas... jajajajaja
EliminarUn abrazo!