Miro
el reloj de la pared y tengo la sensación de que va más rápido de lo que
debería. A pesar de ser digital y tenerlo a más de diez metros, su maldito
tic-tac me vuelve loco. Ese ruido inexistente se ha metido en mi cabeza y me
impide concentrarme en el examen. No es posible. No me lo puedo creer. Había
preparado el temario durante los últimos meses tanto en la academia como en
casa. Las sesiones de relajación y yoga habían dado sus frutos y llevaba tiempo
sin alterarme, pero ese tic-tac parecía resucitar problemas enterrados,
paranoias que hacía años que creía lejos de mi mente.
Levanto
la cabeza y vuelvo a mirar el reloj. Ahora sucede lo contrario. Los números
avanzan muy despacio, pero ese ya no es el problema. Es ese maldito ruido.
Tengo tiempo de sobra para terminar los ejercicios pero ese tic-tac lo inunda
todo. No encuentro modo de concentrarme, de avanzar, de pensar en algo que no
sea ese maldito sonido. Es como cuando en el silencio de la noche te desvelas y
escuchas el goteo de un grifo. No puedes escuchar otra cosa. Capta toda tu
atención y termina por obligarte a levantarte a comprobar si es uno de los tuyos
o es de tu vecino. Si lo descubres, lo cierras con todas tus fuerzas, pero en
el momento en que Morfeo vuelve a llamarte el goteo vuelve.
Un
paso. Otro. El profesor camina por el pasillo que tengo a mi derecha. Parece
que lleve zapatos de claqué. El tic-tac desaparece pero… clack, clack. Sus
zapatos relucientes no dejan de sonar contra el suelo. Puedo escuchar incluso
el rozar de sus pantalones a cada paso, cada inspiración y expiración de su
respiración. Ese latido que suena sin piedad marcando un ritmo acelerado, cada
vez más acelerado, parece indicarme que mi tiempo se acaba…
Rio
a carcajada limpia. Ya ha terminado todo. En mi rostro alguna salpicadura de
sangre se mezcla con el sudor que llevaba un rato castigándome. El resto de
estudiantes me miran aterrorizados, pero el profesor no; ahora descansa en el
suelo, sobre un enorme charco carmesí con mi bolígrafo clavado en la yugular.
Todo parece volver a la calma cuando el tic-tac del reloj digital vuelve a retumbar
en mi cabeza.
Sí que se puso nervioso. Menudo final. La verdad es que hay ruidos insoportables. Yo podría asesinar a esas personas que estornudan con gran estruendo que, además, es totalmente inesperado. Son décimas de segundo, pero según suena el estornudo, es tal el susto que me llevo y lo que me altera que me entran ganas de matar o, al menos, de golpear.
ResponderEliminarNo doy un chavo por el futuro de ese reloj digital.
Un beso.
Pues yo cuando estornudo, estornudo... si alguna vez te conozco en persona intentaré evitarlo, por si acaso.
EliminarUn beso
Bajo situaciones tan estresantes en dónde te juegas todo el arduo trabajo de tanto tiempo a una sola carta, un factor tan clave como el tiempo puede afectar mucho, más si va acompañado de un sonido tan característico como un reloj y peor imaginado que oírlo. Cada tic es como anunciar la caída de un grano más de arena sobre el ánimo con su correspondiente tac. Impactante final y buen desarrollo, me ha gustado tu relato.
ResponderEliminarMuchas gracias y bienvenido a Mi embarcadero!
EliminarJe, je, je... Creo que eso se llama misofonía y quien la padece desde luego puede asesinar sin dudarlo. Estupendo relato, David. Un abrazo!!
ResponderEliminarEso se llama estar más pallá que pacá! No se el nombre de la enfermedad en cuestión, pero espero que los ruidos que me molestan no me lleven a esos extremos...
EliminarUn abrazo
A quién no le ha ocurrido?,... acaso un sonido repetitivo no llegó a obsesionarnos,... a tu personaje parece que su misofonía, como dijo David, lo ha llevado un poco lejos,...
ResponderEliminarFantástico relato!
Hay gente que necesita poco para explotar! Me alegro si te ha gustado.
EliminarUhhh David! Me has pescado por sorpresa! Estaba totalmente concentrada en ese sonido exasperante cuando tu personaje da vuelta toda la historia. Muy bueno
ResponderEliminarUn abrazo
Tenía que volver al silencio de algún modo...
EliminarUn abrazo!