Un cohete
le hizo despertarse sobresaltado. Miró el reloj: eran las nueve de la mañana
del último día de fiestas. Empezaba a conocer las tradiciones, así que sabía
que después de los cohetes, comenzarían a sonar tambores y cornetas, ya que la
banda municipal recorría todo el pueblo despertando a los vecinos que todavía
quedasen en la cama. Se incorporó y miró a su alrededor. Se hospedaba en una
pequeña habitación que se encontraba en un modesto hostal situado en la Av.
Guadalquivir, la calle principal del pueblo. El mobiliario era básico: una cama
individual, un pequeño escritorio con una silla de madera y un armario empotrado
en el que David amontonaba todas sus pertenencias. El baño era compartido y se
encontraba fuera de la habitación, al final del pasillo.
Abrió la
ventana de par en par para que entrase el aire fresco de la calle y aspiró
profundamente durante unos segundos. Era completamente diferente al aire de la
ciudad. La mezcla de olores que habitualmente provocaban el bosque de pinos y
los olivares, hoy recibía la colaboración inestimable de la pólvora de los
cohetes que de vez en cuando estallaban inundándolo todo con su humo. Además,
el calor provocaba que la jamila (según le habían explicado, el sobrante de la
aceituna al ser prensada provocaba un fuerte olor) aportase parte de su
inconfundible aroma al ambiente matutino.
Caminó
con serenidad hacia el cuarto de baño para asearse un poco antes de bajar a
desayunar. Se miró en el espejo mientras se secaba la cara, le quedaba una
semana en el hostal, su idea era alquilarse alguna casita pequeña, pero ahora
mismo todas estaban ocupadas.
-La gente
aparece de todas partes durante la semana de fiestas –le había dicho el presi –
pero en cuanto termina la feria, es fácil encontrar casas en alquiler a precios
más que razonables.
La verdad es que en el hostal se
encontraba bastante cómodo, pero tanto el baño como el comedor y la sala de
televisión, eran comunes a todos los inquilinos, y a veces era complicado
encontrar un momento de tranquilidad, más aún, en las fechas en las que
estaban. Tal vez cuando el pueblo retomase la normalidad, el Hostal
Guadalquivir (porque así era como se llamaba) también se convirtiese en un
sitio más tranquilo. Mientras bajaba las escaleras camino al comedor pensó que
quizás se quedase allí una semanita más para buscar su nueva vivienda con más
calma.
- ¡Buenos días David! ¿Te traigo lo de
siempre?
-¡Buenos días, Rosa! Sí por favor-
contestó mientras cogía de una mesa vacía la prensa deportiva del día.
Rosa era
la dueña del hostal, y junto a su marido Santiago, se encargaban de todo, desde
la cocina a la limpieza, pasando por el mantenimiento o la organización de
horarios y torneos de juegos de mesa para hacer la estancia más agradable. Era
una mujer de unos 55 años, aunque su pelo corto peinado con rulos le hacía
parecer todavía mayor. No era muy alta, y las redondeces de su orondo cuerpo le
daban un gracioso aspecto, similar al de un pequeño barril de madera.
-Aquí
tienes, pan tostado con tomate, aceite y sal y un zumo de naranja. Te preparo
el café en dos minutos, que si no se te enfría-una enorme sonrisa iluminaba la
cara con los mofletes más sonrosados que David había visto en su vida.
-Gracias
guapa.
Ojeaba el
diario sin prestar demasiada atención. Pensaba en lo extrañamente amena que se
le estaba haciendo la pretemporada. Hacía tiempo que le había dejado de gustar
acudir a los entrenamientos, y menos aún si se trataba de las duras sesiones
físicas de pretemporada. El míster había hecho algo que le había llamado la
atención: la pretemporada estaba siendo dura, sí, pero muy entretenida. Siempre con juegos y balón por medio, hacían
competiciones y se jugaban la cervecita de después del entreno (cervecita
obligatoria, una de las reglas internas del equipo) y tanto Santi como el
Colorao, predicaban con el ejemplo y entrenaban con ellos imponiendo un ritmo
alto a cada ejercicio. No le iba a costar mucho adaptarse al equipo, parecían
buena gente, y la mayoría eran jóvenes extrovertidos que llenaban con su
alegría el vestuario. Adaptarse a un pueblo pequeño y con tan pocas opciones
para matar el tiempo libre, ya era otra cosa.
-Hoy debutas,
¿estás nervioso?
Un niño
de siete u ocho años, con la camiseta del Atlético de Madrid y un balón bajo el
brazo miraba a David con admiración. Entre rubio y pelirrojo, pecoso, con el
pelo alborotado y los ojos llenos de alegría, había gente que le llamaba
Torres, por su parecido a Fernando, y eso a Mario le llenaba de orgullo. No
recordaba haber visto al “niño Torres” defender la camiseta del club de sus
amores, pero saber lo que había hecho por su club y por el equipo nacional, le
había hecho elevarle a un pedestal por encima del resto. Para él era un ejemplo
a seguir.
-Mario no
moleste –le dijo Rosa mientras dejaba un café solo sobre la mesa.
-Es que
hoy debuta, seguro que está muy nervioso.
-No
molesta, y no estoy nervioso: sólo se trata de un partido amistoso.
-¡¡¡Pero
que dices!!! ¡Cómo va a ser sólo un partido amistoso! Es la presentación
–contesto el pequeño exaltado- Os jugáis el trofeo aceituna contra el Real Jaén
en el primer partido de la temporada en el Jamargal. Todo el pueblo estará
allí.
A David
se le escapó una carcajada. Era digno de ver a un chaval dando tanta
importancia a un partido. En otra época habría sentido cierto cosquilleo,
incluso nervios. Recordaba la tarde de su debut en el Molinón, apenas pudo
probar bocado y lo de conciliar el sueño después de comer fue misión imposible.
Sin embargo, lo de debutar en un campo de regional, a su edad y contra un
equipo de 2ªb, no le llamaba la atención. El campo se llenaría, de eso estaba
convencido, pero cuando los veraneantes regresasen a sus lugares de origen,
seguro que la expectación por el equipo disminuiría considerablemente.
-Parece
que estás muy comprometido con los colores ¿eh Mario?- sonrió David mirando al
pequeño- Si te parece bien, vamos a hacer un trato: ven a ver el partido esta
tarde, si el míster me da unos minutos y consigo marcar, te dedico el gol,
¿vale?
-¡¡¡¡Vale!!!!
–contestó el pequeño con una sonrisa de oreja a oreja- Yo estaré donde siempre,
de recogepelotas en la portería que hay más cerca del bar.
-Perfecto,
allí nos veremos.
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