lunes, 1 de agosto de 2016

PILOTO 5


Un cohete le hizo despertarse sobresaltado. Miró el reloj: eran las nueve de la mañana del último día de fiestas. Empezaba a conocer las tradiciones, así que sabía que después de los cohetes, comenzarían a sonar tambores y cornetas, ya que la banda municipal recorría todo el pueblo despertando a los vecinos que todavía quedasen en la cama. Se incorporó y miró a su alrededor. Se hospedaba en una pequeña habitación que se encontraba en un modesto hostal situado en la Av. Guadalquivir, la calle principal del pueblo. El mobiliario era básico: una cama individual, un pequeño escritorio con una silla de madera y un armario empotrado en el que David amontonaba todas sus pertenencias. El baño era compartido y se encontraba fuera de la habitación, al final del pasillo.


Abrió la ventana de par en par para que entrase el aire fresco de la calle y aspiró profundamente durante unos segundos. Era completamente diferente al aire de la ciudad. La mezcla de olores que habitualmente provocaban el bosque de pinos y los olivares, hoy recibía la colaboración inestimable de la pólvora de los cohetes que de vez en cuando estallaban inundándolo todo con su humo. Además, el calor provocaba que la jamila (según le habían explicado, el sobrante de la aceituna al ser prensada provocaba un fuerte olor) aportase parte de su inconfundible aroma al ambiente matutino.




Caminó con serenidad hacia el cuarto de baño para asearse un poco antes de bajar a desayunar. Se miró en el espejo mientras se secaba la cara, le quedaba una semana en el hostal, su idea era alquilarse alguna casita pequeña, pero ahora mismo todas estaban ocupadas.


-La gente aparece de todas partes durante la semana de fiestas –le había dicho el presi – pero en cuanto termina la feria, es fácil encontrar casas en alquiler a precios más que razonables.


         La verdad es que en el hostal se encontraba bastante cómodo, pero tanto el baño como el comedor y la sala de televisión, eran comunes a todos los inquilinos, y a veces era complicado encontrar un momento de tranquilidad, más aún, en las fechas en las que estaban. Tal vez cuando el pueblo retomase la normalidad, el Hostal Guadalquivir (porque así era como se llamaba) también se convirtiese en un sitio más tranquilo. Mientras bajaba las escaleras camino al comedor pensó que quizás se quedase allí una semanita más para buscar su nueva vivienda con más calma.


         - ¡Buenos días David! ¿Te traigo lo de siempre?

         -¡Buenos días, Rosa! Sí por favor- contestó mientras cogía de una mesa vacía la prensa deportiva del día.


Rosa era la dueña del hostal, y junto a su marido Santiago, se encargaban de todo, desde la cocina a la limpieza, pasando por el mantenimiento o la organización de horarios y torneos de juegos de mesa para hacer la estancia más agradable. Era una mujer de unos 55 años, aunque su pelo corto peinado con rulos le hacía parecer todavía mayor. No era muy alta, y las redondeces de su orondo cuerpo le daban un gracioso aspecto, similar al de un pequeño barril de madera.

-Aquí tienes, pan tostado con tomate, aceite y sal y un zumo de naranja. Te preparo el café en dos minutos, que si no se te enfría-una enorme sonrisa iluminaba la cara con los mofletes más sonrosados que David había visto en su vida.

-Gracias guapa.


Ojeaba el diario sin prestar demasiada atención. Pensaba en lo extrañamente amena que se le estaba haciendo la pretemporada. Hacía tiempo que le había dejado de gustar acudir a los entrenamientos, y menos aún si se trataba de las duras sesiones físicas de pretemporada. El míster había hecho algo que le había llamado la atención: la pretemporada estaba siendo dura, sí, pero muy entretenida.  Siempre con juegos y balón por medio, hacían competiciones y se jugaban la cervecita de después del entreno (cervecita obligatoria, una de las reglas internas del equipo) y tanto Santi como el Colorao, predicaban con el ejemplo y entrenaban con ellos imponiendo un ritmo alto a cada ejercicio. No le iba a costar mucho adaptarse al equipo, parecían buena gente, y la mayoría eran jóvenes extrovertidos que llenaban con su alegría el vestuario. Adaptarse a un pueblo pequeño y con tan pocas opciones para matar el tiempo libre, ya era otra cosa.


-Hoy debutas, ¿estás nervioso?


Un niño de siete u ocho años, con la camiseta del Atlético de Madrid y un balón bajo el brazo miraba a David con admiración. Entre rubio y pelirrojo, pecoso, con el pelo alborotado y los ojos llenos de alegría, había gente que le llamaba Torres, por su parecido a Fernando, y eso a Mario le llenaba de orgullo. No recordaba haber visto al “niño Torres” defender la camiseta del club de sus amores, pero saber lo que había hecho por su club y por el equipo nacional, le había hecho elevarle a un pedestal por encima del resto. Para él era un ejemplo a seguir.


-Mario no moleste –le dijo Rosa mientras dejaba un café solo sobre la mesa.

-Es que hoy debuta, seguro que está muy nervioso.

-No molesta, y no estoy nervioso: sólo se trata de un partido amistoso.

-¡¡¡Pero que dices!!! ¡Cómo va a ser sólo un partido amistoso! Es la presentación –contesto el pequeño exaltado- Os jugáis el trofeo aceituna contra el Real Jaén en el primer partido de la temporada en el Jamargal. Todo el pueblo estará allí.


A David se le escapó una carcajada. Era digno de ver a un chaval dando tanta importancia a un partido. En otra época habría sentido cierto cosquilleo, incluso nervios. Recordaba la tarde de su debut en el Molinón, apenas pudo probar bocado y lo de conciliar el sueño después de comer fue misión imposible. Sin embargo, lo de debutar en un campo de regional, a su edad y contra un equipo de 2ªb, no le llamaba la atención. El campo se llenaría, de eso estaba convencido, pero cuando los veraneantes regresasen a sus lugares de origen, seguro que la expectación por el equipo disminuiría considerablemente.


-Parece que estás muy comprometido con los colores ¿eh Mario?- sonrió David mirando al pequeño- Si te parece bien, vamos a hacer un trato: ven a ver el partido esta tarde, si el míster me da unos minutos y consigo marcar, te dedico el gol, ¿vale?


-¡¡¡¡Vale!!!! –contestó el pequeño con una sonrisa de oreja a oreja- Yo estaré donde siempre, de recogepelotas en la portería que hay más cerca del bar.



-Perfecto, allí nos veremos.

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